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tribuna

Resucitar dentro de un orden

La policía de Chile no tiene otra cosa que hacer, según parece, que tocarles las narices a los mineros sepultados conforme vayan saliendo, ojalá todos con bien, a la superficie. Uno a uno tendrán que estampar sus huellas dactilares para el correspondiente cotejo, a fin de dar por extinguidas las pesquisas policiales sobre su desaparición de la faz de la Tierra hace más de dos meses, y devolverles oficialmente, en consecuencia, su condición de vivos. O dicho de otro modo: mientras la atención del mundo se centraba en la mina San José, en cuyas profundidades se encontraban, absolutamente vivos, los 33 mineros chilenos, y se urdían planes de rescate, y se instalaba una perforadora gigantesca, y los medios de comunicación acampaban junto a los familiares en las inmediaciones, y las televisiones emitían las imágenes y las voces de los hombres atrapados en su remota topera, la policía investigaba su desaparición y les daba, cosas del subconsciente policial tal vez, por eventualmente muertos, de suerte que, cuando salgan, tendrán que tocar el piano para demostrar que están vivos y que son, efectivamente, ellos.

Los psicólogos han advertido a los mineros de que, en tanto el tiempo estuvo congelado para ellos en las entrañas de la tierra, en la superficie ha seguido corriendo, y que por ello deben precaverse de los cambios que hallarán en el mundo que dejaron. Las familias que les idealizaron (la memoria es así) durante su enterramiento, tornarán a encontrarse con la realidad, más su deterioro por el largo y traumático suceso. Verán los mineros, según sus ojos se aclimaten a la luz del día, esposas exhaustas e hijos desconocidos, o asustados, o cargados de reproches. Otros, habrán de retomar su soledad, mucho más espantable y amarga que cuando la dejaron. Muchas cosas habrán cambiado, pero una no: la inhumana estupidez de la burocracia.

Cuando salgan, y resuciten a la tierra, y se cieguen con el sol del desierto, habrán de imprimir, antes aun de asimilar que están vivos, sus huellas dactilares en una tarjeta policial. Arriba, las cosas siguen siendo así.

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