Algunas novelas de Muñoz Molina se asientan en el sur de Jaén, en Sierra Mágina, una comarca en la que nació el escritor y que se conoce como "tierra de entredichos" porque durante siglos fue la frontera natural entre los reinos musulmanes y los cristianos. Quizá por eso, por el rico patrimonio histórico y la belleza de la campiña, un paisaje de roquedales y lomas cuajadas de olivos que se encabalgan en el horizonte, el territorio es fértil en leyendas. Tierra de curanderos, cofres enterrados, maquis y doncellas emparedadas e incorruptas. Allí aparecieron las famosas caras de Bélmez que salpimentaron el tedio del tardofranquismo.

Pues bien, resulta que el Ayuntamiento de Bélmez de la Moraleda se dispone a montar, con fondos públicos y de la Unión Europea, un museo dedicado al supuesto fenómeno paranormal de unas manchas que aparecían en las paredes encementadas de una casa del pueblo; unos 800.000 euros. No quiero imaginar qué sucedería de caer la noticia en manos de los carroñeros de Moody´s o si, debidamente aliñada, apareciese en un diario alemán y la leyeran los miembros del Tribunal Constitucional, los que ahora estudian la legitimidad del rescate financiero de Grecia y Portugal.

Con empujoncitos como este, parece lógico que se desentierren los viejos chistes sobre tópicos nacionales de que hablábamos hace unos días. Ahí va otro: se convoca un premio de un millón de euros --los mismos que cuesta el museo de las psicofonías-- para quien encuentre un caballo a rayas blancas y negras. El alemán se encierra en la biblioteca nacional para investigar. El inglés se compra un equipo completo de explorador en una tienda de Piccadilly. El francés, súbdito de Sarkozy , se compra un caballo y lo pinta como una cebra. Y el español --es lo que dicen en Europa-- acude a uno de los mejores restaurantes de Madrid, pongamos que Zalacaín, y tras el opíparo banquete se pide un habano que no enciende y una copa de coñac Napoleón para meditar qué hará con la pasta del premio que aún no ha ganado.