TDtesde la playa de Shifa, el islote de Tierra resulta irresistiblemente provocador. Está tan cerca que para no tropezar con él cuando se nada hay que ser consciente de las consecuencias que tendría detenerse allí. Yo tuve la suerte de que cuando estuve, hace unos cuantos veranos, unos amigos hijos de la antigua Villa Sanjurjo me avisaron: si tocas Tierra, los militares del peñón de Alhucemas te vienen a buscar y te devuelven a Marruecos. Te devuelven a Marruecos, se entiende, en caso de que seas marroquí, hecho que no se da en el caso del desalojo de estos días de los subsaharianos (suponemos que subsaharianos) que fueron a parar allí. Si la frontera con su valla cada vez más alta ya era del todo absurda, esta miseria que no llega ni a isla y que representa ser Europa a solo unos metros de la costa aún evidencia más el surrealismo de un mundo donde las mercancías, las corporaciones y una parte importante de sus habitantes pueden moverse libremente sin necesidad de dar explicaciones mientras la otra parte se muere de hambre.

Por si este desequilibrio no fuera suficientemente inmoral, los niveles de perversión han llegado al punto de hacer culpables a las víctimas convirtiendo a los pobres en sospechosos habituales a los que se debe controlar, encerrar y expulsar si es necesario. Los norteamericanos pueden enviar sondas que nos remiten bonitas fotografías de Marte, pero un africano que intenta mejorar su vida aprovechando un resquicio en el muro de separación entre Europa y Africa es inmediatamente expulsado por la acción conjunta de policías de ambos países. Y como nadie pedirá cuentas al portero de discoteca siempre y cuando mantenga fuera del territorio a los indeseados, resulta que el Gobierno marroquí envía a los migrantes a Argelia, ni más ni menos. País amigo, como es sabido, del reino alauí. Y tanta gente indignada por la posible extradición entre algodones de Julian Assange .