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El Portal de Belén en tiempos de crisis

Estos días me he dado cuenta de que necesitaba un nuevo belén, ese ornamento navideño tan clásico en nuestros hogares. En Sevilla, junto a la catedral, hay una gran feria en la que los artesanos andaluces ponen a la venta sus portales, reyes, pastores y misterios, además de musgos, fuentes, arroyos y animales de granja a escala. Los precios son exorbitantes: un belén por pequeño que sea, con lo mínimo que se despacha y con figuritas de factura discutible, se pone en una cifra muy respetable que --con la que está cayendo-- tira para atrás a cualquier cristiano. Decidí entonces que volvería a sacar esas figuritas de plástico tan 'feillas' que tengo, pero enmarcadas en el establo artesano que me hizo mi suegro. No hay ni pastores siquiera y los Reyes Magos están despintados. No importa. Este año la estampa se ha incrementado con un pozo de corcho en miniatura también manufacturado por el señor Agustín . Y se acabó lo que se dio. El año que viene Dios dirá. No nos hace falta más para rezarle cada noche un padrenuestro al Niño de Belén o para sentirnos niños en este tiempo de fraternidad, o para recordar a los que se fueron y ya no estarán esta Navidad con nosotros poniendo el portal. O para dar la bienvenida a los que llegan. Es verdad aquello de que la devoción va por dentro y que la calidad de las imágenes no importa para adorar a un Dios que se nos hizo niño hace 2015 años. Hay muchos belenes cotidianos: familias que están pasando las de Caín, matrimonios que sufren para llegar a fin de mes y están unidos en la adversidad. En ellos está de verdad la Sagrada Familia. Son belenes vivientes. Para qué queremos más. Refrán: No alabes ni desalabes hasta siete Navidades.

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