TStería sencillo escribir este artículo tirando de eslogan: "Ni una menos", "Pacto de Estado ya", "El machismo mata", "Las matan por ser mujeres", "No más violencia de género", "No se mueren, las matan", y un largo etcétera motivo de aplauso para todo lector bienintencionado. Pero, ¿saben qué pasa? Que ni todos esos eslóganes juntos, ni la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, ni los minutos de silencio para honrar la memoria de las víctimas, nada de eso, ha servido para evitar muertes ni sufrimiento.

Despedimos 2015 con 56 mujeres asesinadas, las mismas que en 2009 y una menos que en 2005. No parece que avancemos mucho ¿verdad? Uno de los peores males de la política española es esta insoportable dictadura de lo políticamente correcto. Una prisión discursiva que nos impone lo que debemos decir, cuándo y cómo. Y, ¡sobre todo! de lo que no debemos hablar. Así que me van a disculpar que me salte esta norma no escrita a riesgo de que me tachen, como mínimo, de machista. Pero voy a tratar de explicar en pocas líneas por qué este año y los venideros traerán las mismas víctimas de violencia doméstica.

Hace poco tuve dos reveladoras conversaciones con amigas, ambas madres de edades diferentes. La primera me contó un caso de violencia de una mujer hacia un hombre, que él jamás se ha atrevido a denunciar; una mujer alcohólica que no solo maltrataba a su pareja (física y psicológicamente) sino también a sus hijos pequeños. La otra amiga me daba la razón en una cuestión crucial sobre este tema: la autonomía emocional. No hay ninguna ley con la que se pueda dar independencia emocional a las personas. ¿A cuántas mujeres conocemos que ponen su felicidad en función de un hombre? ¿A cuántas que prefieren el dolor de una relación insatisfactoria antes que la soledad?

XEN ESTASx conversaciones surgieron dos temas importantes que, en el fondo, son uno: la devastación emocional que hombres y mujeres hemos heredado de una sociedad jerarquizada bajo una errónea escala de valores, polarizada entre un matriarcado y un patriarcado perversos, criando generaciones enteras de analfabetos y analfabetas emocionales.

Podremos promulgar todas las leyes que queramos y poner a vigilar a todos los policías de los que dispongamos. Da igual. Una mujer que siente pánico a estar sola jamás dejará a un hombre si no es para echarse en manos de otro, y un hombre al que su mujer le pega jamás será capaz de denunciarlo en una comisaría.

¿Cuántas veces escuchamos que un hombre divorciado es un mal padre porque sale por las noches, porque cada año le presenta a sus hijos a una novia diferente o porque los deja casi todo el tiempo con canguros? Sin embargo, es raro escuchar esas críticas hacia una mujer, aunque esas conductas se dan en ambos géneros. Todos sabemos de la gran cantidad de custodias otorgadas a mujeres que tienen un comportamiento execrable con sus ex maridos y con sus hijos.

¿Qué quiero decir con todo esto? Que a pesar de que el maltrato es mayoritario de hombres hacia mujeres, existe un maltrato de mujeres hacia hombres del que no se habla y que tiene la misma raíz; que a pesar de que los padres no suelen preocuparse tanto por sus hijos como las madres, hay casos flagrantes en los que las madres no merecen tener la custodia, y jamás un juez se la quitará; y que, en el fondo, lo que subyace al maltrato no es un problema específico de índole económica ni política, sino fundamentalmente emocional.

¿De qué hablamos, pues, cuando hablamos de violencia de género? ¿Cuál es esa incómoda verdad que queremos esconder debajo de eslóganes y textos legislativos? Una sociedad emocionalmente enferma, en la que hombres y mujeres se emparejan por su incapacidad para estar solos y en la que se tienen hijos no siempre porque se deseen sino porque lo dicta la convención social. Una sociedad adolescente en la que no se asume que compartir la vida con alguien (y más con hijos) es una suma de renuncias. La sociedad que no quiere renunciar a las vacaciones en la playa a pesar de sus problemas económicos es la misma sociedad enferma que no quiere renunciar a nada en el ámbito emocional: prefiere acumular frustración hasta que estalla en diferentes tipos de violencia. Así que en 2016 morirán seguramente una cincuentena de mujeres de las que hablaremos todos y una treintena de hombres de los que no hablará nadie, como en 2015. Para salir de este infernal día de la marmota necesitamos escapar de la prisión de lo políticamente correcto, construir un feminismo más autocrítico y una conciencia colectiva de que no es solo un problema masculino o femenino. Y entonces, entre todos, entenderemos que solo hay un ámbito donde esto tiene solución (a largo plazo): la educación.