Con el asfalto ardiendo y sin gobierno, no seré yo quien se ría de los que dedican su verano a cazar Pokemon. De acuerdo que existen otras formas de perder el tiempo o de ganarlo, según se mire. Está el punto de cruz, el macramé, la miga de pan, esa cosa tan antigua, machacarse en el gimnasio, bailar samba, samba gym, samba gap o cualquier tipo de siglas, signifiquen lo que signifiquen, peregrinar de festival en festival con la tienda a cuestas, hacer el camino de Santiago, acodarse en el chiringuito playero o fluvial y no despegar los codos hasta septiembre, por ejemplo. Volverse más entendido que los pescadores en la lonja del puerto, colocarse la riñonera y los pantalones pirata que no le quedan bien a nadie y recorrer de incógnito entre miles de conocidos un paseo marítimo convertido en Cánovas. Hasta leer es una opción recomendable para los raros de turno que aún leemos, desde la crítica a la razón pura al bestseller de turno, mientras vigilas que tu hijo no se ahogue en la piscina. Vale cualquier cosa para escapar del calor y la siesta. Un libro, un café con hielo, una cabezada delante del Tour, una lipotimia por tratar de imitarlo con la que está cayendo. Empalmar las noches detrás de las últimas verbenas. Todo sirve. Hasta cazar Pokemon, gamusinos, o doncellas de blanco en las curvas de la muerte. Qué más da si se trata de pasar la tarde y jugar detrás de un holograma o lo que sea, no pidan precisiones técnicas, e intentar no volverse loco, no pensar en el bochorno, la falta de gobierno, el golpe de estado en Turquía y la reacción de Europa, la crisis de los refugiados o qué puede pasarle por la cabeza a alguien que alquila un camión y lo dirige contra la multitud para escapar de sabe qué demonios interiores. No seré yo quien se ría de los que tratan de cazar Pokemon, no. Existen otras opciones quizá más educativas, pero cualquier cosa que arranque una sonrisa es mejor que la negrura, la cerrazón y la barbarie.