Quien no se conforma es porque no quiere. Ahí están los habitantes de Alepo, felices con la breve tregua que les ha sido concedida. No tenemos comida, dicen, pero tampoco tenemos bombas. Una cosa por la otra. Así de fácil. Como los refugiados. Hemos dejado nuestras casas, nuestro país, las calles en que vivíamos, y ahora nuestros hijos chapotean en el barro de los campamentos, y hacemos cola para conseguir el agua, pero al menos no sufrimos guerras ni persecuciones.

Lo dicho, quien no se conforma es porque no quiere.

Otra cosa es la injusticia superlativa que tienen que sufrir algunas personas. Eso no se puede consentir, ni sufrir ni nada de nada. Esto clama al cielo, se quejan los defensores del Toro de la Vega. Es inaudito. Ilegal. Inhumano. Este año no se ha podido matar al toro por las calles del pueblo, ni clavarle las lanzas. Ya digo, una injusticia atroz con la que es imposible conformarse. Además, contra una tradición milenaria, que solo tiene siglos, pero que es milenaria se pongan como se pongan. Y bonita donde las haya. Solo hay que ver los titulares que ha ocupado en la prensa nacional. Ni aniversario de los atentados de Nueva York ni vuelta al colegio. Por lo pronto, los partidarios de esta fiesta han presentado un recurso para poder seguir celebrándola como se merece, o sea, con lanzas, sangre, hombría y toda esa modernidad que casa perfectamente con la tradición más arraigada.

Hay quien prefiere no tener comida a tener bombas, como en Alepo, y quien no se conforma con la cordura. Dice el alcalde de Tordesillas que él no es veterinario, así que desconoce cuánto puede sufrir el toro. Y que si los vecinos quieren y es legal, la fiesta volverá a sus orígenes, a lo de siempre, porque es una muestra de diversidad cultural. Y lo dice sonriendo. Parece joven en las fotos. Lástima que su discurso sea tan viejo.