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Puntá sin hilo

Donde más duele

Un hombre se lanza al vacío desde la habitación del hospital de La Paz, en Madrid. Acaba de discutir con su pareja. Entre sus brazos lleva a un bebé de apenas un año. Justo antes de saltar le grita a ella algo así: «Te voy a dar donde más te duele». Y se tira. Muere y asesina a la pequeña. Sí, asesina. Porque este hombre es, sin un ápice de duda, un asesino. Y esto es violencia machista.

Es noticioso pero no es novedoso. En los últimos cuatro años, la cifra de menores asesinados por hombres que mantenían una relación (o había mantenido) con la madre se eleva hasta 22 (algunos están aún en investigación). Aberrante. No importa el dato exacto, es un acto monstruoso. Y ese monstruo está ahí fuera, a diario, aunque sólo nos asuste cuando enseña los dientes, muerde y golpea. Como en este caso, cuando nos sacude la incuestionable inocencia de los menores (la misma que deberíamos otorgarle a la mujer), el evidente uso del pequeño para dañar a la madre, la idea obvia de que los pequeños son víctimas de la violencia machista incluso si no reciben las bofetadas ni los insultos. Innegable, ¿verdad? Pues en nuestro país hasta hace aproximadamente un año y medio, no lo eran según la ley.

Los menores expuestos a la violencia machista fueron reconocidos como víctimas por la Ley de la Infancia y la Adolescencia que entró en vigor en agosto de 2015.

Sorprende, ¿verdad? No saben la de cosas que asombran cuando uno se atreve a mirar a las víctimas a la cara. Sin prejuicios. Cuando uno osa ponerse, con honestidad, en las situaciones que se ven forzadas a vivir en soledad. Con miedo. Con impotencia. Con vergüenza. ¿Es lógico que sigamos ahondando de forma insistente en la única idea de que la víctima ha de denunciar? Quizás, habría que trabajar en que esa decisión resultara más sencilla de tomar. Tal vez, habría que consolidar un camino seguro y definido para hacerlo. Puede que fuera más efectivo poner el foco sobre esa estructura que ha de acompañarlas en el proceso: dotarla de formación, sensibilidad y eficacia.

Pero volvamos a los menores, ¿quieren conocer otras realidades impactantes? Hoy es necesaria la autorización de los padres maltratadores para que sus hijos sean atendidos psicológicamente. Si el maltratador, por ejemplo, no se considera a sí mismo como tal (una situación nada extraña) o simplemente a él no le da la gana, los menores no pueden recibirla (habría que abrir un proceso judicial para conseguirlo). Porque es su derecho, porque puede. Y como este, tantos otros agujeros del sistema alrededor de la violencia machista.Tantos huecos en nuestras conciencias y en nuestra moral. Y por ahí se cuelan mientras permitimos que ellos, los culpables, puedan darles a ellas, las víctimas, donde más les duele.

* Periodista

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