El sistema político español, bipartidista o multipartidista (da igual), tiene la extraña habilidad de desviar el foco del debate desde lo fundamental hacia lo irrelevante. La cuestión esencial, tras la sentencia del caso Gürtel la semana pasada, no es qué tienen que hacer los demás partidos, sino qué tiene que decir y qué tiene que hacer el Partido Popular.

Es curioso que toda la atención se haya desplazado hacia quién, cómo y cuándo tiene que presentar una moción de censura, quién, cómo y cuándo tiene que pedir convocatoria de nuevas elecciones o quién, cómo y cuándo tiene que posicionarse ante cualquiera de esas dos propuestas, cuando la atención debería estar en Mariano Rajoy y en José María Aznar, para que nos explicaran quién, cómo y cuándo permitieron que las élites de su partido se convirtieran en asociación para delinquir.

La mecánica política en nuestro país se ha convertido en algo tan perverso que ya damos por hecho que ‘M. Rajoy’ es la forma con que Bárcenas apuntaba los sobres de dinero negro que el presidente del Gobierno se llevaba a su casa, pero no hay manifestaciones en las calles para exigir que el señor Rajoy deje de inmediato la política. Incluso aunque la sentencia de la semana pasada deja claro que mintió en la declaración que realizó en sede judicial el 26 de julio de 2017.

No creo que haya muchos españoles que todavía crean que Mariano Rajoy no es el ‘M. Rajoy’ de los papeles de Bárcenas, pero ahí sigue. Del mismo modo que Cristina Cifuentes seguía al frente de la Comunidad de Madrid cuando había muy pocos españoles que no tuvieran claro que estaba mintiendo en el caso de su máster fantasma: tuvieron que ser unas grabaciones ilegales de unas cámaras de vigilancia las que tumbaron a Cifuentes por haber robado dos cremas hace no sé cuántos años.

La absoluta falta de ética y la hipocresía de la que hace gala una parte importante de la ciudadanía española es de tal magnitud que a estas horas estamos discutiendo de si hay que aceptar o no los votos de los diputados independentistas para echar a Rajoy, en vez de estar exigiendo al presidente del Gobierno que abandone la política por la puerta de atrás y con urgencia.

Cuando muchas veces digo que España se merece exactamente a los políticos que tiene, me refiero a esto. A que la mentira se ha convertido en uno de los elementos básicos del modus operandi de quienes nos representan, y lo hemos aceptado aparentemente de buen grado. Ni siquiera ante hechos de la relevancia de los que estamos viviendo la ciudadanía española es capaz de rebelarse ante la mentira. Habría que preguntarse por qué.

El problema que hay con esta perversión es que ya casi nadie confía en la palabra de los políticos pero al mismo tiempo casi nadie hace nada por desalojarles de los espacios de poder. Eso genera un sistema democrático de nula confianza en las instituciones, puesto que consideramos que nos están engañando permanentemente al tiempo que creemos que no se puede hacer nada.

En ambas cosas nos mentimos a nosotros mismos, que es la peor de las mentiras, porque garantiza la imposibilidad de llegar a la verdad. Ni todos los políticos mienten, ni es verdad que no se pueda hacer nada. Llegar a estas conclusiones es la mejor manera de instalar una cultura antidemocrática —que avanza a pasos agigantados en toda Europa— que pone en peligro nuestra convivencia.

Aquí lo que hay que pedir es que comparezca José María Aznar, nos pida perdón y nos explique por qué mintió la víspera del 11-M, por qué mintió con las armas de destrucción masiva en Irak y por qué nos ha engañado durante años con la corrupción galopante de su partido. Por qué va de hombre de Estado cobrando salarios millonarios por sus conferencias por todo el mundo, en vez de explicarnos cómo se puede ser mentiroso compulsivo sin que te pillen.

Cuando la ciudadanía española decida pedir explicaciones a quienes mienten y engañan como forma de hacer política, en vez de fiscalizar a quienes tratan de poner soluciones, habremos dado un paso de gigante para dignificar un país del que nuestros jóvenes cada vez huyen con menor edad. De momento, sacamos banderas a los balcones mientras nos comemos las mentiras de quienes se envuelven en esas banderas.