Hace unos meses, me preguntó mi tío Rufo si había leído Tierra de mujeres. Una mirada íntima y familiar sobre el mundo rural, de María Sánchez, publicado por Seix Barral. A él, que cree que lo leo todo, le decepcionó mi respuesta negativa, pues le daba curiosidad ese libro, desde su perspectiva de antropólogo especializado en el mundo rural. Rufo, extremeño que nació y se crió en Pallares, profesor en la Universidad de Sevilla, afirma que a él le gustaría volver a su pueblo (sería factible vivir allí y trabajar en la capital andaluza, a menos de una hora en coche) pero que mi tía no quiere. Situación típica, la de la pareja en la cual al hombre le gusta el campo y la mujer prefiere la ciudad. La ensayista Remedios Zafra, oriunda de un pueblo cordobés y profesora, también, en la Universidad de Sevilla, afirma que las mujeres son más libres en el ámbito urbano que en el rural donde coartan más los roles de género. Y en Cáceres, donde está seguramente la mejor Facultad de Veterinaria de España, puedo recordar a una docena de conocidos que estudiaron esa carrera, pero solo a dos chicas.

Por eso es tan refrescante la perspectiva de María Sánchez, veterinaria de campo. Nacida en Córdoba, en 1989, pero arraigada en la Sierra Norte de Sevilla, su escritura parte de la necesidad de explicarse su genealogía y una posición peculiar: la de la primera mujer que ejerce un oficio que en su familia se remonta a varias generaciones; la de alguien que, desde joven, sintió una atracción por la literatura poco frecuente entre los de ciencia, o la de la chica que se enojaba con su madre por conformarse con ser ama de casa y que más tarde comprendió que sin su madre, ni su padre, ni ella ni su hermano, hubieran podido ser lo que querían ser. De ahí su empeño por sacar del silencio las voces de las mujeres que hicieron posible la vida en el campo: en la última parte del libro, recupera las historias de su tatarabuela, su abuela, y su madre, relacionadas respectivamente con un alcornoque, un huerto, y un olivo.

María Sánchez, estudiando en Córdoba, echaba de menos su pueblo, y no utilizó la formación universitaria para huir de él, sino para volver con medios para ejercer una profesión. Como dice la autora, «no todo el mundo tiene un pueblo». En efecto, en España, el medio considerado rural, que abarca el 90 % del territorio, solo acoge a un 20 % de la población. Ser de pueblo, más que un baldón, debería ser un orgullo. Siempre me sorprende que mis alumnos hablen de «mi pueblo», y cuando les pregunto de cuál se trata, parecen reacios a responder, por ejemplo, Benquerencia, Cordobilla de Lácara o Fuenlabrada de los Montes, a pesar de lo hermoso de la toponimia extremeña.

Además el campo alberga un vocabulario inmenso que se está perdiendo. Si Adán, como primer hombre, dio nombre a los animales, entre los últimos hombres cada vez son más escasos los que saben distinguir un pájaro de otro. Por mi parte, pregunto siempre que puedo a mi padre cómo se llaman las plantas cuyo nombre ignoro: así aprendí, por ejemplo, a distinguir las margaritas de la gamarza.

Cierto que hay cosas de este libro que no son tan nuevas: el cariño por la vida rural, el vaivén entre esta y la ciudad, las labores del campo… Todo ello está presente en obras como Cultivos (2008) del escritor extremeño Julián Rodríguez, cuyo fallecimiento nos sacudió hace poco. Con todo, la escritura de María Sánchez aporta una visión distinta, con una voz feminista pero diferente a la hegemónica: la de quien no tiene el «cuarto propio» que pedía Virginia Woolf, y escribe en su mesa de trabajo, al final de jornadas agotadoras. Una voz sobria y auténtica, lejos, eso sí, del paternalismo de los «hombres sin vínculo ninguno» con el campo, y que pretenden narrarlo.

*Escritor.