La memoria es como es, como un gran desván donde se va acumulando toda nuestra existencia pasada. Es a ese ente inmaterial a lo que denominamos recuerdos. A medida que vamos consumiendo nuestro tiempo vital el desván se va llenando de objetos usados, aquella primera cartera de escolar que nos compró nuestra madre y que un día buscando no se qué, aparece en el fondo de una caja. La cartera estaba ahí, aunque no tuviéramos ya conciencia de ella, y en nuestra memoria también existía un registro de ese objeto, aunque ese registro estuviera cubierto por el impasible polvo del tiempo. Pero bastó su presencia ante nuestros ojos para desempolvarlo y rescatarlo de los rescoldos de la memoria. Sería imposible tener todos esos registros al día y tampoco somos conscientes ni tan siquiera de su existencia, pero basta un simple estimulo para que aparezcan. Un trastero podría ser y es un pequeño museo particular de una parte de la vida de cada uno, el desván de nuestros padres, el trastero de nuestra actual casa, un museo donde cada objeto nos trasladará a un momento de nuestra vida. También un lugar, un paisaje, un pueblo o una ciudad a los cuales no hemos vuelto desde hace años, nos trasladan a veces vagamente a épocas anteriores, e idealizadas por nosotros mismos por el simple hecho de formar parte del pasado, aunque casi nunca encontramos en esos posos aquello que vamos buscando.