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La trastienda el artículo del director

Antonio Cid de Rivera

Un autobús sin frenos

No se trata de quitar de en medio al conductor cuando el vehículo va cuesta abajo sin posibilidad de frenar y dando volantazos

Piensen en un autobús cuesta abajo y sin frenos cuyo conductor anda esquivando toda clase de obstáculos. No conoce el vehículo ni el trayecto y va dando volantazos sin saber muy bien a dónde dirigirse porque no dispone de mapa ni de GPS que le dé instrucciones precisas. Los pasajeros observan la catástrofe que se avecina y gritan, hacen toda clase de aspavientos y critican cada una de las decisiones que toma el conductor. Las malas por supuesto, pero también las buenas cuando rectifica porque en el fondo lo que se aprecian son un montón de errores e improvisaciones.

¿Qué hacemos? ¿Cambiamos al conductor justo ahora antes de que sea demasiado tarde? ¿Le retiramos el volante y que sea lo que dios o el destino quiera? ¿Nos enfrascamos en un debate intenso mientras nos matamos? Porque el autobús sigue adelante y a toda marcha aunque en el horizonte se empiecen a ver carreteras más llanas que permitan el frenado.

Pues así está la crisis del coronavirus en España. Con un conductor llamado Pedro Sánchez que no sabe muy bien qué hacer y qué camino coger, y un autobús atestado de gente que no para de afearle todo lo que hace pero sin indicarle expresamente cuál es el camino que debe coger. Él es el responsable, el que tiene carnet, y cuando pare el autobús vendrá la consiguiente multa o el correspondiente despido si se precian errores inasumibles, pero de momento lleva el volante y todos los que van en el autobús dependen de él y de lo que decida.

Este gobierno lo tiene crudo. No solo por la tiene encima, que es lo más gordo que ha tenido que digerir este país en toda su historia reciente, sino porque ha basado buena parte de su estrategia en la imagen, en la pose y la propaganda, en el susodicho relato. Y claro, ante una crisis de esta naturaleza, que se lleva por delante todo lo que pilla, no hay relato que se tenga en pie. Sobre todo si existe una oposición como el PP que debe cumplir con su obligación pero, además, con más ahínco o, de lo contrario, le robará el protagonismo Vox, y un sostén parlamentario basado en fuerzas independentistas que lo que menos quieren es darle a un presidente prerrogativas que vayan en detrimento de su autonomía.

No quiero ni pensar lo que opinará la gente. En una situación normal, la política, cuando se convierte en teatrillo, el rifirrafe de uno y otro, puede que hasta entretenga. Hay bandos e ideologías y cada cual apoya la suya y critica la contraria. Pero en un estado calamitoso como en el que estamos, con miles de muertos encima de la mesa, no hace ni la menor gracia todo lo que ocurre. Porque los de izquierda apoyarán a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias hasta que se equivoque mil veces y los de derechas o muy de derechas lo tildarán de inútil y solo verán razones para quitarlo de en medio y poner al suyo o a los dos si hay sitio.

Razones hay para la crítica. Porque en ocasiones todo esto parece un dislate. La compra de material, la conveniencia o no de ponerse la mascarilla, las fases de cero a tres con su correspondiente manual, las reuniones familiares que primero no son posibles para después sí pero como máximo 10 personas; los bares que quien no quiera no abra… y unas ruedas de prensa maratonianas, con preguntas dirigidas desde multitud de medios diferentes, que llegan a preguntar al presidente cuestiones tan livianas como si ha salido a correr.

Sé que nadie estaba preparado para esto. A un presidente o a un líder de la oposición no le enseñan en la facultad o en el partido cómo atajar una crisis pandémica que provoque 25.000 muertos y ponga al país en el precipicio de la recesión y la crisis económica de los próximos dos años, pero que tampoco se debe utilizar una situación así para intentar salir reforzado o minar la imagen del enemigo. No estamos para eso. En este momento no se juega a las reglas de la política electoralista, debe olvidarse esa idea maldita que rodea a todo dirigente de que cualquier cosa, por mala que sea, es una oportunidad de arañar votos, para ganar elecciones o mantenerse en el poder. Hay gente específica en todo partido para ese fin, para marcar las estrategias. Pues bien, mándenles de vacaciones, que vuelvan cuando todo esto haya pasado, justo cuando hayamos enterrado al último muerto, cuando hayamos sentado las bases de la reconstrucción.

Ellos aún no lo saben. Pero como todo hecho terrible que marca a un país, la historia les juzgará. Estos días de 2020 y los que vengan pasarán a los anales históricos de España y cuando pase los españoles determinarán quién actuó acorde a los que se les exigió y quién estuvo a la altura de las circunstancias para sacarnos de esto cuanto antes.

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