Desde el inicio del estado de alarma hemos visto cómo los más mayores han sido las personas más damnificadas por la enfermedad. También hemos visto la entrega del personal sanitario, cuya voluntad y dedicación han suplido la escasez de material y personal, consecuencia de las políticas de recortes (que debían sacarnos de una crisis anterior). Se han arremangado ante la avalancha de pacientes, poniéndose en riesgo, para estar al servicio de la población. Igualmente han actuado otros sanitarios, como el personal de farmacia, que atiende, aconseja y apoya a quienes lo necesitan de verdad y soporta a quienes se creen geniales por burlar el confinamiento para ir a comprar productos innecesarios. Hemos tenido ocasión de comprobar cómo aquellas personas con trabajos de «baja cualificación» (en tiendas de alimentación, panaderías, mercados, supermercados, droguerías, estancos...) han estado y siguen al pie del cañón para que nada nos falte a quienes observamos desde los balcones, a salvo. No entiendo de economía, pero la conciencia me dice que la economía no puede (o no debe) determinar las condiciones de atención y cuidado de los mayores, ni de los medios y profesionales necesarios para atender la salud de la población. También deberíamos pensar en mejorar los salarios, en transformarlos en sueldos dignos, de todas las personas con trabajos «poco cualificados», hoy esenciales para cubrir las necesidades básicas de todos, también de los que teletrabajamos gracias a la formación que nos ha permitido acceder a puestos cualificados. ¿Seremos capaces de aprender? ¿Tendremos suficiente imaginación para solucionar los temas pendientes?