Hace solo unos penosos meses, la mascarilla era algo lejano para orientales o para algún conciudadano víctima de alergia molesta y moqueante. Un día como otros sugerí en la añorada sala de profesores que los asiáticos tal vez no fueran tontos y que no entendía por qué ante la amenaza creciente no se generalizaba aquí. Hubo elucubraciones variopintas, ajenos en aquel venturoso febrero al dolor inminente.

Que si en China o Corea se protegen de la horrible contaminación, que si en Japón se la plantan a la mínima dolencia para no contagiar ni faltar al trabajo, que si esto, que si aquello. Luego en plena debacle, asistimos a la inicial y lamentable decisión de la OMS de no recomendar su uso porque podía generar una peligrosa falsa seguridad, teoría a la que se abonó Simón, cabeza visible de un enigmático comité de expertos.

Al final se hizo obligatoria, dicen los mal pensados que cuando ya había existencias, pues la pandemia como a tantos pilló a nuestro gobierno con la guardia bajada. Desde luego, si nos hubieran advertido de su verdadera efectividad, ya nos las habríamos agenciado caseras el pueblo doliente y confinado, que es lo que hicimos. Hoy se exigen hasta para pasear solos por la orilla del mar, bajo amenaza de multas, siempre multas.

Trump se negó a ella y Lady Gaga se puso 50 en una hora. Se usaron contra Ayuso, la cara desnuda entre sorbo y sorbo y contra Sánchez en un momento fugaz. Hay quienes siguen colgándosela de la barbilla o del codo o dejando al descubierto su apéndice nasal. Y abundan consejos peregrinos para prolongar su vida útil, como plancharlas al vapor, secarlas con secador o meterlas en el microondas.

Las hay de todo tipo: patriotas, reivindicativas, de neopreno, de tnt, de batista, de hilo, de lino, de seda y de poliéster, quirúrgicas, higiénicas, ffp2, y hasta egoístas. Ayer el Ayuntamiento de Arroyo nos regaló una a cada alumno y profesor con el lema «déjate querer». En eso andamos, querido lector, la gente de a pie que hace y levanta este país. Pese a los graznidos de los cuervos y las risas de las hienas.

*Profesora