Que los humanos cometemos errores y pecados gordos y graves es algo que dejaron patente las hojas de la Biblia cuando relatan el pecado original de nuestros primeros padres. Y es verdad que algo tuvo que tener de original porque, ¡mira que comerse una manzana prohibida con toda la fruta variada, jugosa, exquisita y riquísima que habría en todo el Edén! Pero está claro que, desde que se le infundió el primer halo de vida en él, como ser humano que es, yerra mucho y, muchas veces, más de lo debido. Basta que le dijeran “no comas del fruto de ese árbol”, para que no esté tranquilo hasta que no va y come.Y es que lo de “ERRARE HUMANUM EST” estaba ya clarísimo en tiempo de los romanos porque errar, pecar, tropezar y cometer faltas es algo que va intrínseco en nuestra misma esencia y naturaleza de seres humanos.

Ahora, con la reciente despedida al astro argentino de fútbol, Diego Armando Maradona ha quedado demostrado que, para todo el mundo, el Pibe era divino, con unas cualidades sobrenaturales para jugar a la pelota que son inalcanzables para la mayoría de los mortales. Maradona era para muchos un Dios, el de la iglesia maradoniana, fundada el 30 de octubre de 1998. Y como divino que era, condujo a su pueblo a la victoria contra los ingleses y los liberó del tremendo agravio cometido contra ellos en las Islas Malvinas. De igual manera demostró, con sus divinas cualidades, que el sur puede ser más fuerte que el norte y encumbró a los napolitanos a lo más alto y a conseguir el Scudetto, algo impensable e inalcanzable hasta entonces para los humildes jugadores del Nápoles.

Pero el Pelusa, cuando dejaba de estar tocado por la mano de Dios y pasaba a actuar en calidad de humano, cometía, como tal, muchos errores, errores y fallos humanos que, muy posiblemente, hayan sido los que han motivado su temprana marcha terrenal. Y esos errores humanos, de los muchos que cometió a lo largo de su corta vida, ¿enturbian de algún modo el divino regateo que propinaba a sus contrincantes en el campo? ¿Serán motivo de que ya no vibren los encendidos espectadores al oír la voz alargada de goool que cantaba el locutor de la radio o televisión cuando, todavía sin VAR, se ayudó con la mano de Dios para marcar aquel inolvidable y milagroso tanto que le dio el mundial a su país, Argentina?

¿Acaso perdería emoción el lector al leer a Gustavo Adolfo Bécquer cuando describía el arpa silenciosa y cubierta de polvo en aquel ángulo oscuro del salón, si, por ejemplo, alguien, estudioso de siglos pasados nos descubriera a todos que también Bécquer se dio al vicio y a la borrachera en su corta vida? ¿Dejaría, entonces, si eso fuera cierto, de emocionarnos la vuelta de las oscuras golondrinas a colgar sus nidos en su balcón? ¿Dejaría de estremecernos la pregunta de qué era poesía, al responder el poeta a su amada que poesía era ella?

Y no tengo ninguna duda de que no afectaría, en absoluto, a la fama de nuestro famoso hidalgo D. Quijote de la Mancha y su escudero Sancho, si nos llegara ahora la noticia de que el divino Cervantes alternaba con compañías horribles y se entregaba a una vida azarosa de vicio y perdición en su juventud. Ni perdería, estoy seguro, su frescura la sonrisa de la Gioconda, si supiéramos que Leonardo la liaba parda por las calles de Florencia en aquellas noches de luna clara del Renacimiento. Ni tampoco afectaría a su divino Réquiem el que Mozart hiciera uso a menudo de unas excentricidades a los que tenía a todos más que acostumbrados.

Y es que ya lo decía el Barrilete Cósmico, como cariñosamente llamaban algunos aficionados a Maradona, que, aunque algunos de sus hechos sean perfecta y humanamente reprobables, reprochables y censurables, la pelota no tiene mancha. Y lo dijo claramente para separar, con una línea lo suficientemente gruesa, lo divino de lo humano porque, aunque él no pudo dar el último regate a la vida, cuando su esencia humana le arrastró hacia el suelo, su esencia divina lo encumbró hacia el cielo.