Lo más decepcionante de la izquierda durante la pandemia está siendo ver a sus líderes pedalear incansablemente, como hámsteres en su rueda, para sostener el sistema económico capitalista neoliberal, sin cuestionar absolutamente nada en un momento idóneo para cuestionarlo absolutamente todo.

Empezando por la aparición del nuevo coronavirus que, de momento, se achaca al tráfico ilegal de animales salvajes para saciar ansias de consumo gastronómico suntuoso de quien ya no sabe en qué gastarse el dinero. Seguiríamos por la opacidad del régimen autoritario chino que puso a todo el mundo en peligro, pero que disfruta del privilegio de pertenecer a la OCDE, mientras compite deslealmente en los mercados internacionales metiendo productos a precios irrisorios gracias a la explotación laboral de sus trabajadores.

Seguidamente, y una vez que la pandemia «explota» en todo el mundo, muchos países —singularmente, España— se encuentran con que no tienen productos sanitarios para proteger a su población porque han confiado en comprarlos fuera. Lo que delata, por un lado, el desmantelamiento de unas industrias —la española— para favorecer otras —la alemana— y, por otro, los monopolios de facto que algunas naciones tienen sobre productos de primera necesidad.

Los estragos económicos del confinamiento estricto en la primavera de 2020 deberían haber servido para poner pie en pared sobre el modelo productivo español. Un modelo basado en convertir al país en un parque de atracciones internacional, y en empujar a los españoles a consumir ad nauseam para gastar los precarios sueldos que ganan, asegurando así que no ahorren para que sean presos de los bancos. De hecho, las perversas ideas «salvar el verano» o «salvar la Navidad» —que han costado miles de muertos evitables— se basan en la idea de que, emulando a los líderes, debemos seguir pedaleando como hámsteres en la rueda del consumo, caiga quien caiga.

La gente no sale a la calle en turbamulta para exigir que se paren los trabajos y las escuelas y así proteger la salud —habría ocurrido en sociedades sanas, no podridas por el individualismo—, sino que salen a protestar porque no les dejan gastarse el dinero en los bares. Que nadie se engañe, la «libertad individual» a la que se apela no es para disfrutar del atardecer, ni para pasear de la mano con tus hijos, ni para hacer deporte ni para acudir a tertulias literarias, es solo «libertad para consumir».

Por si fuera poco, 2021 nos ha saludado con la mayor nevada en cien años, a la que ha seguido una espectacular subida de temperaturas hasta rozar los treinta grados en algunas zonas. Recordándonos, por si lo habíamos olvidado, que nos estamos cargando el planeta a fuerza de sobreexplotarlo. Según el Fondo Mundial para la Naturaleza necesitaríamos 1,7 Tierras para sostener el ritmo, y eso haciendo un promedio, porque Australia necesitaría más de 5 Tierras y España 2,5.

No tengo espacio para describir todo lo que la pandemia ha hecho por la izquierda y cómo la izquierda lo ha tirado a la basura.

El mensaje es: ¡Hay que parar! La teoría económica del crecimiento infinito es un disparate que no hay por dónde cogerlo científicamente, y la idea naif del «crecimiento sostenible» solo un eslogan como excusa para no parar. Es la misma opinión que la del economista francés Serge Latouche, autor de «La apuesta por el decrecimiento» (Icaria, 2008), una corriente abrazada cada vez por más expertos. Los dirigentes, en vez de seguir pedaleando para quienes acumulan capital, deberían estar estudiando si romper el círculo vicioso por el lado del consumo o por el lado de la producción, porque cada día que pasa es más evidente que no podemos seguir así: esquilmando los recursos de un planeta exhausto que nos avisa de su enfermedad, para que los trabajadores pobres gasten sus exiguos salarios en productos que no necesitan —incluso aunque se tengan que contagiar e incurrir en riesgo de muerte para ello— y, así, poder seguir enriqueciendo al mismo pequeño grupo de personas que, cuanto más ricas son, nos hacen a todos más pobres.

Dentro de pocos años les va a costar mucho a los actuales líderes de «izquierdas» explicar por qué seguían pedaleando tan afanosamente en su ruedita mientras este sistema nos aplastaba.

*Licenciado en CC de la Información