«¿Tránsfuga yo? Tránsfuga tú». Así se acusan mutuamente en Murcia unos y otros sin saber muy bien qué implica el término. Sin embargo, no resulta tan complicado. Solo hay que acudir al acuerdo antitransfuguismo firmado entre los grandes partidos en 1998 y actualizado en 2020, cuando dice: «se entiende por tránsfugas a los representantes locales, autonómicos y estatales que, traicionando al sujeto político (partidos políticos, coaliciones o agrupaciones de electores) que los presentó a las elecciones, hayan abandonado el mismo, hayan sido expulsados o se aparten del criterio fijado por sus órganos competentes». Con esta definición, los tres diputados de Ciudadanos, ahora consejeros independientes del gobierno popular de Fernando López Miras, son unos tránsfugas como la copa de un pino y el PP un partido que los acepta y los consiente sin tapujos ni miramientos. ¿Que previamente el PSOE acordó con ellos -y con otros tres diputados más naranjas-, una moción de censura para desbancar del poder al PP (no olvidemos en coalición con Ciudadanos) y ello pudiera considerarse una traición? Pues también, no digo que no, pero una cosa no quita la otra.

Tránsfugas o traidores, la política da vergüenza ajena y el terremoto de Murcia es un ejemplo. Con la que está cayendo, con miles de muertos encima de la mesa por esta maldita pandemia, estamos más preocupados por el reparto de sillones y el juego de tronos que de otra cosa. Una pena porque, a la hora de la verdad, los administrados vemos que somos meros peones de un tablero de juego donde las direcciones de los partidos juegan su particular partida de ajedrez. Que se lo digan, si no, a la presidenta de la Comunidad de Madrid, que ha aprovechado lo de Murcia para disolver la Asamblea de Madrid y convocar elecciones amparada en ‘a ver si aquí va a pasar lo mismo’ como única circunstancia o explicación.

Nadie había dicho nada en otros territorios. En Andalucía o Castilla y León, tanto el PP como Ciudadanos enfatizaron sus pactos de gobierno nada más saberse el lío murciano, pero Isabel Díaz Ayuso no se encomendó a Dios ni al diablo y decidió apretar el botón electoral no sin antes recibir el plácet de Casado.

O sea, para entendernos, que una moción de censura fallida en Murcia se traduce en una convocatoria electoral en Madrid por parte de una presidenta sin consultar ni avisar a su socio de gobierno. El propio vicepresidente Ignacio Aguado, de Ciudadanos, salió después del anuncio de Ayuso como si acabara de aterrizar una nave marciana en la fuente de Cibeles. ¿Qué, cómo, cuándo?

Es evidente que el PP no acaba de encontrar su sitio y después de romper con Vox solo cabía la fusión con Ciudadanos. Visto lo visto, han preferido su absorción y directamente su destrucción para, en un segundo paso y copado el centro, tratar de asaltar a la derecha más extrema. Porque en Madrid seguro, pero en el resto de España también, está claro que si Casado quiere gobernar no va a tener más remedio que sentar a la mesa a los de Abascal. Y eso es un problema, porque si uno maltrata a su interlocutor durante meses luego no puede invitarle a la mesa, a no ser que, eso sí, sea de igual a igual, en cuyo caso el PP tendría un problema mayor.

Mientras, el PSOE respira tranquilo. Con Podemos en claro declive y la derecha dividida y peleada, solo faltaba que la dirección de Ciudadanos se aviniera a pactar con ellos algunas leyes o territorios. Miel sobre hojuelas, porque los naranjas se irán al garete con tanto devaneo, pero mientras tanto pueden jugar un papel clave lo que resta de legislatura y Sánchez lo va a aprovechar la mar de bien. No me cabe ninguna duda y, si no, al tiempo. ¿Apostamos?