¿Se puede contar el viento o el tiempo que pasa entre las estaciones? ¿Se puede hacer una crónica de Dios? ¿Cabe el desamor en un titular? ¿Se puede escribir bonito con la urgencia que exige el periodismo? ¿Cabe el escalofrío de la belleza en medio de la desesperanza cotidiana? ¿Existe el asombro entre tanta aspereza de noticias?

El periodismo, que no es otra cosa que contar lo que pasa, también puede ser mágico. De hecho, es la clase de periodismo que intento poner en práctica y que llevo años reivindicando desde que mis grullas me llevaron por el cielo a ver el mundo.

Recuerdo el momento exacto en que me dejé llevar por el grusgrus y decidí que fueran ellas las que me enseñaran a ver los acontecimientos desde un punto de vista panorámico, lejano, desde las alturas.

Conviene a los periodistas de vez en cuando distanciarse para desprenderse así de lo adherido a la piel y a la propia pluma; conviene para sacudirse precisamente ese plumaje desnutrido y sin vigor que sabes que ya no va a crecer si no es cortándolo de raíz. La beneficiosa poda.

Ejercer el periodismo mágico no es tan fácil como algunos tienen la tentación de creer. Supone un ejercicio previo de reflexión profunda y tener a mano una caja para ir metiendo los viejos conceptos y creencias.

Les confieso que tuve que comprar una caja bien grande para tantas conjeturas.

Allí fui depositando ramitas, hierbas, palos, piedras y toda clase de florecilla estrujada. Era como ir dejando zumo de aire en la base para luego ir amontonando los escombros de la profesión. Lo que ya no vale. Aquello que resulta de exprimir demasiado el espíritu librepensador. Mal asunto.

Cuando has de podar demasiado aquello que quieres contar, es que algo está desencajado entre tu pensamiento y la propia realidad. Ahí viene una primera tanda de reflexiones y rechazos. Un primer estallido de rebeldía que con los años se va aplacando y ahora entiendo que era pura inmadurez. De manera que todo cuanto chirría, es bienvenido para saber qué debemos pulir y en qué faceta debemos crecer y afianzarnos

En estos tiras y afloja con la profesión que adoras, es cuando llega la iluminación, la señal que estabas buscando… el indicio…el soplo que esperas te llegue de algún lugar que no ves porque estás demasiado pegado al suelo.

A mí me llegó en forma de grulla. Fue entonces cuando descubrí que los hechos no pertenecen por completo a un individuo, ni siquiera a quien los protagoniza, ya que detrás late la visión múltiple de quien los contempla, los inspira, los padece, los ignora o los rechaza.

Viene a ser algo así como comprender que, si vuelas sobre los acontecimientos, su importancia se diluye, sus aristas se suavizan, su densidad se hace nube. El distanciamiento, la visión panorámica en definitiva, es una herramienta utilísima para el periodista que ha caído en el desencanto, pero en cambio quiere seguir contando cosas.

Dejar el aliento en cada página conlleva una carga emocional del tamaño de una nube de tormenta. Dejas de lado el puñetazo del político para darte de bruces con tus emociones. Dejas de buscar en los basureros de la actualidad para buscar acomodo en la ciudad de las palabras o en el cielo de la poesía. Es subir el volumen a Schubert y apagar la televisión.

Escribir con la brújula del pensamiento mágico es tener la llave de un trocito de paraíso por si necesitas ir hasta allí a coger el aire de las flores. Es navegar sobre las espumas que el político deja a su paso, regando de aire la sequedad de la tierra.

Es guardar silencio cuando el grito ya no puede y se despeña…Es anticiparse y frenar los aúllos, darles aire de silbo; modular la rabia.

Es no dejar que el batir de alas de una mariposa nos someta.

*Periodista