Si pudiéramos volver del revés el paraíso llegaríamos al mismo lugar en el que estamos, pero con la mirada llena de Pandoras, Tiresias, Heras, Afroditas, Ariadnas y Atalantas. Tendríamos susurrándonos al oído a Némesis, diosa de la venganza, porque esta semana se ha hablado de eso, de venganza, y a Harmonía, la diosa griega de la concordia.

¡Qué dos palabras! 

¿Será que las palabras tienen un paraíso al que volver después de haber pasado por la boca de políticos y comerciantes? 

Hay palabras para las que no hay indulgencia posible. Palabras negras que solapan otras más claras, casi nevadas de buenas e inmaculadas. Pero da igual, se han quedado todas sin edén. Palabras que ya no serán floresta sino mero rumor de gallinero.

Palabra que usa un político ya no es palabra de honor o nace muerta.

Esta es una reflexión que me planteaba no depositar aquí, pero dado los acontecimientos, se me hace tan urgente como la necesidad de mantener intacta la vigilancia crítica, no siendo éste mi cometido pues vivo en el limbo de una casa a las afueras, hasta donde sólo llegan trinos de algún pájaro.

Cada uno elige su forma de resistencia y la mía es este pequeño exilio donde me rodeo de resonancias. Otra bonita palabra indultada, reverberación, eco; es una palabra con paraíso propio y halo incorporado… 

Resonancia no es otra cosa que el recuerdo de alguna certidumbre.  

Entre mis certezas están el cansancio, el desconcierto; la incómoda sensación de caer al suelo sin príncipe que te sostenga… de tener aburrida hasta el alma.

Es lo que tiene volver del revés el paraíso, que te encuentras con las costuras de cada sueño y cada viaje. Materia prima averiada.

Es en estos días de nubosidad variable es cuando más se hunde una en la poesía. Cualquier cosa escrita o por escribir que extienda su extrañamiento sobre lo cotidiano. Tenemos que envolvernos en la seda de los versos, poner al sol la Oda a un ruiseñor de Keats y endulzar así la trama de la vida.

Mi recomendación en estos días sin color es que no olvides acampar lejos de las poblaciones, donde late y se alienta lo indeseable; recuerda caminar sobre la hierba y empaparte de su lírica; recuerda también que el silencio viene embotellado, listo para consumir cuando apriete la carencia y la dolencia.

Habrá que hacer acopio de huidas paralelas: tú conmigo, yo contigo. Aceptar que llevamos el entrecejo desabrochado.

Habrá que dejar de enrabietar al planeta pues no en vano nos advierten de un inminente colapso ecológico-social, así que prepárate para cualquier tsunami emocional dado que el ensayo coronavírico nos ha servido bien poco como colectividad.

Volver del revés el paraíso es lo que hace un escritor de regreso a casa. Llega embebido de acuarelas como único kit de supervivencia, pero es la palabra la que tiene que iluminar, atenuar las inclemencias del viaje. 

"¿Será que las palabras tienen un paraíso al que volver después de haber pasado por la boca de políticos y comerciantes?"

Volver del revés el paraíso es ver detrás de las palabras, pensar que vas a hallar lo improbable, porque hasta el átomo da sombra y debe referirse; es tener la mirada de césped y en el rostro, el paisaje que van dejando las guerras. Porque la guerra es precisamente lo contrario al paraíso y las palabras están para contarlo.

Las palabras no están para ludir venganzas, eso que place a los dirigentes, tizna durante días los diarios y ensucia las manos del periodista. Las palabras, las palabras, las palabras ¡son tan delicadas! 

Las hay que son como un silbo: alguaril es un silo; cristar es pasar el cristo por la era; el cristo es una especie de replegadera tirada por una caballería. Esbrinar es quitar los estambres del azafrán y rasclear es pasar el trillo por el campo.

¡Qué palabras! 

Detrás de las palabras queda el paisajismo, aquello que está roto, esparcido, insalvable. 

Detrás de la venganza queda un rosedal, un florerío de concordia con su repique, señor presidente.

* Periodista