Por qué leemos? ¿Por qué escribimos? En torno a estas dos preguntas, evitando las respuestas banales («para entretenernos», «por narcisismo») o parciales («búsqueda de la felicidad, de la verdad interior») gira la ya larga obra de Moisés Mori (Cangas de Onís, 1950), cuyos libros eluden cualquier etiqueta, en esta época en la que la gente gusta de etiquetarse hasta a sí misma, como productos que pretenden ser, listos para consumir. 

Los libros de Mori son glosas y son ficciones sobre ficciones, ensayos biográficos sobre escritores tan distintos como el ruso Iván Turgueniev, el albanés Ismael Kadaré, la francesa Annie Ernaux, o el argentino César Aira, publicados con cuidado exquisito por la editorial ovetense KRK. Ya en su libro anterior, César Aira y la silla de Gaspard (2019), se veía un deslizamiento cada vez mayor hacia la ficción, pues en torno al aire de Aira iban soplando los episodios de un padre ficticio del autor, Moisés Zoreda, un personaje que dejaba su trabajo para acabar siendo un peculiar artista de la naturaleza. 

Ese diálogo entre ensayo filológico, en el mejor sentido, y ficción en la cual es difícil deslindar lo real de lo inventado, da un paso más allá en su último libro, Stendher en Santandal. Un cuento cantábrico (KRK, 2021), que gira en torno al tío del narrador, Enrique, o «Kike el suelto», que vuelve después de años en México a Santander, donde se obsesiona con las obras de Henri Beyle, más conocido como Stendhal, para muchos el padre de la novela psicológica moderna, a caballo entre el romanticismo y el naturalismo, autor sobre todo de El Rojo y el Negro y La Cartuja de Parma, y de frases célebres como la de que «la novela es un espejo que se pasea al borde de un camino» o que la política en literatura es «como un pistoletazo en mitad de un concierto». 

"En esta época la gente gusta de etiquetarse hasta a sí misma, como productos que pretenden ser, listos para consumir"

Kike el suelto, que busca atarse a algo en su difícil regreso a la ciudad de su juventud, se obsesiona con el escritor francés hasta el punto de ir a un psicólogo que le cure del «síndrome de Stendhal». No le terminará de curar de sus rarezas progresivas, pero se hará amigo del psicólogo, Pedro Mathieu, y de su novia, Belén, y junto a su propia esposa, la mexicana Marietta, y la antigua novia de Pedro, la cacereña Raquel, sin olvidar al narrador, van formando un peculiar campo magnéticostendhaliano en pleno siglo XXI, hecho de afectos que evolucionan delicadamente al compás de lecturas (Kike se empeña en leer a los escritores que «se llaman como él» y pasará a Henry James o Enrique Vila-Matas, del que se recuerda el relato “El paseo repentino”, ambientado en Cáceres; como su amiga Belén lee a Belén Gopegui) o de viajes, como el que intentan hacer desde la Bayona vasco-francesa a la Bayona gallega, extremos de una hipotética «cultura cantábrica» ligada a la pesca de la ballena en sus orígenes. 

Decía Julien Gracq que, al abrir «la puerta de un libro de Beyle, entro en Stendhalia, como lo haría en una casa de vacaciones: la preocupación cae de los hombros, la necesidad desaparece, todo es diferente: el apetito, la ligereza de vivir…» Lo mismo podría decirse de los libros de Moisés Mori, que nos internan en un mundo único, que nos descubre libros o nos los hace releer con nuevos ojos, pues cada lectura es diferente. En mi caso, leí las grandes novelas de Stendhal como adolescente y El Rojo y el Negro(mucho más que La Cartuja de Parma, que García Márquez considera superior) dejó en mí una impresión indeleble: años después, la primera vez que estuve en París visité la tumba del escritor en el cementerio de Montmartre y hasta le dediqué un soneto, incluido en mi primer poemario. Por todo ello el libro de Mori me hizo, en buena medida, dialogar con un yo pasado, con los orígenes de un amor a la literatura.

* Escritor