Qué les diría yo sobre este asunto que no pareciera manido? Los bachilleres de antes se acordarán de Maurín y de Nin. Los licenciados de ahora, probablemente, no. Hubo un tiempo en que quien tenía un título de bachiller tenía un tesoro. Un tesoro de sabiduría y buenas maneras… Eso era antes… Antes de tanta reforma basura y de tanto café para todos… Se acordarán, decía, de Joaquín Maurín y de Andreu Nin. Catalanes, maestros, comunistas… Comunistas de alborada. Los dos de la primera hora. Los dos visitaron el paraíso soviético y los dos acabaron abominando de Stalin. Nin, de pelo ensortijado, escapó de la URSS in extremis. Maurín, conspicuo separatista, antes. Los dos se encontraron en el POUM, o sea, el Partido Obrero de Unificación Marxista; Maurín, secretario general y Nin, secretario político. Un partido de orientación trotskista. Eran dos comunistas de esos con tendencia, antes o después, a socialistas. Algo así, y para que se hagan una idea los más jóvenes, mutatis mutandis, como los de Más País.

Pero ni el uno ni el otro tuvieron ocasión. A Maurín lo trincaron los sublevados. Nin tuvo peor suerte, lo trincaron los suyos, los otros comunistas, los estalinistas. Lo secuestraron en Barcelona y en Alcalá de Henares lo desollaron vivo. Stalin encargó la faena a dos siniestros agentes del NKVD: Alexander Orlov, el payaso listo, y Iosef Grigulévich, el payaso tonto. Orlov, por cierto, el mismo que robó el oro del Banco de España y lo puso rumbo a Moscú. Nin sigue en alguna cuneta alcalaína, dicho sea de paso, por si alguna asociación al uso estuviera interesada en recuperar lo que quedara de él después del desollamiento. Al otro, a Maurín, lo condenaron a 30 años de prisión. En 1946 fue indultado siendo Ministro de Justicia, Raimundo Fernández Cuesta. Maurín abandonó España y se estableció en Nueva York, donde moriría muchos después. Eso sí, nunca abría la puerta de casa a desconocidos; no fuera a ser que, como a Trostki, le visitara algún Héroe de la Unión Soviética (verbi gratia, Ramón Mercader).

"Solo indultan los fuertes, los débiles se indultan a sí mismos"

Aquí, como en cualquier sitio, se indulta. Inveterada y, a la par, noble costumbre. Lo malo es indultar sin razón. Y peor aún, indultar por miedo o por interés marrano (dicho sea en román paladino). Así, el mismo Alfonso VI perdonó al Cid solo cuando su miedo y su miseria moral se lo aconsejaron; solo cuando tuvo necesidad de las muy socorridas sopitas de tizona que repartía el caudillo castellano. Y como el tal rey era una piltrafa moral, en cuanto no precisó de ellas, volvióle a condenar. Lo propio de mangarrianes, con o sin corona. Pongamos por caso, Pedro Sánchez; un trapisondista de tesis doctorales al que no creo que le duela la moral. No creo tampoco que sepa quiénes eran Joaquín Maurín y Andreu Nin. Ni siquiera, quiénes eran Pompoff y Thedy, y eso que le quedan más a mano de su propio negociado...

Bien está indultar. Por misericordia, por altura de miras, por el bien de la patria o por otro cualquiera de los muchos nobles motivos que mandan indultar. Mas solo indultan los fuertes, los débiles se indultan a sí mismos. Pongamos por caso, Pedro Sánchez; un presidente de gobierno que pasa arrodillado las más de las horas del día (y de la noche). Arrodillado ante la roña separatista (y no solo). Arrodillado para mejor indultar a quienes van a seguir delinquiendo, porque a delinquir no renuncian. Es un indulto perverso; es indultar para delinquir con los indultados. Es, además, un indulto humillante para España como unidad de convivencia y para los españoles que viven dentro de la ley. Y es, para más inri, un morrocotudo dislate hacerlo con mofa de jueces y fiscales. Pero hay más. Sepa Sánchez que con los separatistas no hay negociación posible. Nos lo enseña la Historia, madre y maestra. O ellos o nosotros.

*Abogado