La historia dice que las guerras relámpago hay que iniciarlas en verano, cuando los gobernantes extranjeros están de vacaciones y dudan antes de abandonarlas para volver al trabajo e impedir catástrofes. Lo sabía Franco, son su “alzamiento” del 18 de julio de 1936, y lo sabíaHitler, con su ataque por sorpresa a la Unión Soviética el 22 de junio de 1941. Se evitan así, además, inclemencias meteorológicas que puedan interrumpir el avance de las tropas. Los talibanes afganos empezaron aún antes la suya, el 1 de mayo de 2021, aprovechando que los soldados estadounidenses se iban, no de vacaciones, sino de vuelta a casa. La caída de Kabul sella así el fracaso de una estrategia errónea, la de apoyar a políticos corruptos, sin gran apoyo popular, pero complacientes con los norteamericanos, a los que decían lo que estos querían oír. Pero es una tragedia para los afganos, y sobre todo afganas, que querrían llevar una vida digna de ese nombre, no el infierno en vida al que los condenarán los talibanes, que ni siquiera les dejan huir.

En Afganistán, es obvio, han ganado los malos, el régimen fundamentalista que es sinónimo de opresión de la mujer. Ya en las ciudades que controlan los talibanes, ellas han tenido que abandonar sus puestos de trabajo, aunque a veces se les ha ofrecido, magnánimamente, que los ocupen algún hermano o primo. La educación, para las chicas, volverá a terminar a los diez años, y la mujer no podrá salir de casa sin llevar el burka puesto y un guardián masculino para que no se desmande. 

La educación, para las chicas, volverá a terminar a los diez años, y la mujer no podrá salir de casa sin llevar el burka puesto

Hace una década, el ministro de Defensa alemán, el socialdemócrata Peter Struck, dijo que “Alemania se defendía en el Hindukush”, refiriéndose a esas escarpadas montañas de Afganistán. Tras el acuerdo con los talibanes para que no apoyen atentados en Occidente, parece que nos sentimos descargados de responsabilidad respecto al laberinto afgano. Dice ahora Biden que el único objetivo era evitar un atentado en suelo norteamericano. Si es así, podrían haberse marchado hace diez años, tras la muerte de Bin Laden. Mejor no pensar en las cantidades ingentes invertidas en sostener una democracia pelele, y tampoco en los soldados muertos, 102 de ellos españoles. 

Dado que fueron los que invirtieron más y dejaron más soldados muertos, la victoria talibán es sobre todo una derrota de los Estados Unidos. Siempre me ha resultado curiosa la glorificación de los militares norteamericanos. Más bien recuerdan al tópico del miles gloriosus en el teatro romano, pues pocas guerras han ganado a pesar de su superioridad aplastante en medios frente a cualquier rival: la Primera Guerra Mundial la ganaron los franceses en Verdún, y la Segunda la ganaron los soviéticos contra los nazis en Stalingrado. Los americanos derrotaron, sí, a los japoneses, gracias a la bomba atómica, y esa ha sido su política, matar mosquitos a cañonazos, para al final volver con el rabo entre las piernas, como en Vietnam. La intervención occidental, basada en un paternalismo suicida, ha sido tan perjudicial en Afganistán como lo fue en Irak o en Libia, pero en el caso que nos ocupa el asunto es más complicado y las responsabilidades, más graves.

Hay una foto de Ronald Reagan riendo, en un despacho de la Casa Blanca, rodeado por barbudos con turbante, líderes muyahidines afganos a los que por entonces vendía misiles para fastidiar a los soviéticos. No sabía Reagan, ese ídolo de Casado o Ayuso, que estaba poniendo las semillas de los atentados del 11 de septiembre. Si la retirada de las tropas rusas de Afganistán fue el prólogo al derrumbe de la URSS, la de EEUU y sus aliados significa la renuncia de Occidentea defender sus valores más allá de sus fronteras y, peor aún, el abandono de quienes creyeron en ellos. En definitiva, el sálvese quien pueda. 

* Escritor