El siempre autoengañoso idilio entre verano y placidez política llega a su fin, una vez más, dejando tras de sí ese rastro cutre y viscoso de declaraciones de malos portavoces de banquillo, de discursos rancios rellenos de argumentarios con playa al fondo, de posados en alpargatas o despachos palaciegos y, en fin, de mentira envuelta en papel de colores brillantes y pegajosos. 

Pero este verano no ha sido un verano más, y no solo porque es el segundo estío con pandemia (peor que el primero), y no solo porque Afganistán ha colocado el elefante del fracaso en medio del salón de las sociedades liberales, y no solo porque la subida del precio de la electricidad ha dejado desnuda a la política como pocas veces se recuerda. Este verano ha sido un verano distinto también porque Messi ha dejado España y porque no ha habido «canción del verano», dos aparentes tonterías que quizá simbolizan mejor que otras, para muchos españoles, las ideas de fin de ciclo largo y de decadencia social que se cuelan por entre todas las grietas del malestar generalizado. 

En este sentido, ha resultado un sonoro fiasco la estrategia propagandística basada en vender a bombo y platillo el binomio «vacunación-recuperación», emparedando el indulto a los independentistas catalanes entre dos anuncios relacionados con el «fin de la mascarilla», todo bajo un cambio estético en la fachada del Gobierno que quizá habría sido útil en los años dorados de la vieja política.

En realidad, el primer revés de tal estrategia fue que, afortunadamente, poca gente hizo caso al Gobierno, y casi todos decidimos seguir llevando mascarilla en espacios públicos; en este caso la cacareada «responsabilidad individual» ha estado muy por encima de las instituciones.

"Este verano ha sido un verano distinto también porque Messi ha dejado España y porque no ha habido «canción del verano»"

Una quinta ola que ha dejado, incluso para los más fundamentalistas de los estereotipados mensajes oficiales, una refulgente estela de dudas sobre la vacunación. Las dudas no vienen creadas por las vacunas mismas (científicamente testadas y de buenos resultados globales con los datos en la mano) sino por convertir el proceso de vacunación en herramienta de propaganda política. Si dices que las vacunas funcionan y luego se ve que funcionan, todo irá bien; pero si dices que la vacunación es el bálsamo de fierabrás que acabará con la pandemia, que nos hará ver la luz al final del túnel y que calmará todos nuestros pesares, todo irá mal. Lo primero (con matices) es verdad, lo segundo es mentira. 

Así pues, asentado ya en el imaginario colectivo que las vacunas no nos van a sacar de la pandemia, queda desactivado el primer término del binomio «vacunación-recuperación». El segundo lo han destruido las empresas energéticas, con la inestimable ayuda de la inacción y errores gubernamentales. 

Las interminables subidas del precio de la electricidad, los desmanes en el uso del agua para fines energéticos y las irregularidades cometidas por las compañías en el proceso de facturación, han hecho tangible la fábula del «rey desnudo», que en este caso son las instituciones elegidas democráticamente, absolutamente incapaces de defender los intereses de la ciudadanía frente a la irracionalidad, crueldad y corrupción de los mercados. 

En este contexto, al que se suma la subida del precio del gas (íntimamente relacionado con el de la electricidad, y en pleno conflicto Argelia-Marruecos) y de muchos alimentos, hablar de «recuperación» suena ya casi a risa, cuando queda bastante claro que será la recuperación de las multinacionales, las grandes empresas y, en el mejor de los casos, los profesionales que nunca han tenido gran necesidad de recuperarse. 

Lo de Afganistán —probablemente el acontecimiento internacional más relevante en un cuarto de siglo— ha sido solo la guinda a la que la ministra de Justicia ha puesto nombre: «el fracaso de Occidente». Ha puesto nombre, pero no respuestas: ¿por qué?, ¿cómo ha sucedido? ¿desde cuándo hemos fracasado?, ¿quién es responsable?, ¿hacia dónde vamos? No hay respuestas porque nadie se hace estas preguntas; nadie se hace estas preguntas porque no hay política; no hay política porque no hay políticos que sean capaces de hacer política. Y así nos dirigimos al otoño, pero no solo al otoño simbolizado por los suelos alfombrados de hojas secas.

* Licenciado en Ciencias de la Información