Os dejo los pájaros, prefiero las flores. Es cierto que cualquier avecilla sirve para modelar círculos en el aire, tan volátiles e impalpables se llevan el grano en el pico y hacen crecer un maizal donde el hombre cree tener un barrizal. 

Prefiero las flores, llevaos los pájaros. Aunque esas avecillas tornadizas e impresionables, veletas en la tormenta, algunos días me parecen los adornos colgantes del árbol de Navidad, asombrados ante la felicidad de los niños.

Las flores en cambio abren senderos para la calma. Cualquier menuda flor lleva lejos la mirada del alma para que no se roce en las esquinas de la vida. Hasta la más insignificante flor lleva dentro un acto de amor; además el viento agita sus hojas como quien pasa las páginas de un libro que desprende aromas.

Un pájaro es una bala perdida, un misil, un alboroto de granizos sobre la tarde, una fiesta loca, nubes negras que emigran y algunos días hasta me parecen garabatos sobre nuestras cabezas. Perolas flores…

Prefiero las flores. 

Os dejo los pájaros.

Las flores y las hojas y el fruto. La flor es espera, perseverancia, es lentitud. Una acuarela. Ella deja que la vida acontezca alrededor, no lucha como el pájaro contra el aire.

Una flor es una lágrima del sol, un botón, un collar de besos sobre la tarde, una reunión juiciosa, huellas de azúcar que endulzan y algunos días hasta me parecen dibujos alrededor de nuestro corazón. Están llenas de luz. 

Las flores fertilizan hasta un campo sembrado de tristeza y trazan los mapas del color.

Y en ambos casos, la flor y el pájaro abarcan todo cuanto pueda uno imaginar. Todo, menos el pensamiento único, una forma artificial de monocultivo. Y aquí es justo donde vivimos, en un edificio compacto, granítico, elevado sobre calles y supermercados que domina y rasca los cielos. Vivimos uniformados tras puertas enumeradas subiendo y bajando en el ascensor del pensamiento único. Vivimos en pequeñas torres con ínfulas de capitolio, asilados de los bosques y las flores. Pasamos nuestro día a día habitando edificaciones que se tambalean ante las arenas movedizas del presente.

Dicen los entendidos que la buena vida se basa en una receta tan básica como cuidar un huerto o coger tomates ya que las cualidades que se necesitan para mantener un recreo verde o un jardín, son bien sencillas, en realidad son la base de una mente en calma, sana, bien ajardinada: paciencia, constancia, humildad y gratitud.

"Dicen los entendidos que la buena vida se basa en una receta tan básica como cuidar un huerto o coger tomates"

Cada vez son más las voces que reclaman volver la mirada a los bosques, pero aún persiste como una garrapata el pensamiento conservador que se empeña en lanzar mensajes trillados en favor del sostenimiento de los principios neoliberales, poniendo de esta forma velos tupidos a la llamada urgente de un nuevo despertar. 

Tenemos la sequía delante de nuestros ojos. Tenemos la prisa y un cuenco lleno de estrés. Tenemos la impaciencia a manos llenas y el óxido del olvido. 

Nuestro espíritu se enreda a sí mismo llevándonos por la calle oscura de la amargura; pobrecillo, no se parece en nada a la pacífica flor que ve pasar las estaciones y los amores por los caminos sin pretender ser más que una flor esperando la lluvia y el sol. 

La flor entiende de silencios. He oído contar la historia de un profesor que planteó a sus alumnos hacer un examen sin preguntas con el fin de medir su capacidad para estar callados y hacerles entender la importancia de cultivar el silencio. ¡Hay maestros que dan clases de «arborisofía»!

Esta es una idea realmente preciosa. Con ella no se busca más que hacerles ver que el silencio es un espacio que deben mantener limpio, ordenado. El silencio es un jardín que debemos proteger de todo ruido para que de esta forma brote el pensamiento. Y sí, es preciso crecer como una flor, desde abajo y lentamente, sin que importen demasiado las titilaciones.

* Periodista