La inteligencia, según Kant, se mide con la capacidad que cada uno tiene de soportar incertidumbres. Y ahí es nada, porque vivimos asediados por torbellinos de incertezas, angustias, miedos, fracasos y flaquezas. 

Una era extraña esta que nos ha tocado vivir en la que conviven los excesos de comodidad con la exuberancia de infelicidad; la opulencia de privilegios se mezcla con una muchedumbre en busca de respuestas a su particular vacío existencial. Vivimos en una desproporcionada simbiosis de acopio y desesperanza. Nos envolvemos cada día en el ropaje de la intemperancia o el abuso de pastillas rosas con que curar la mínima insatisfacción. Nada nos parece insuficiente. 

Precisamente ahora la avalancha compulsiva consumista nos pondrá a prueba un año más en la seguridad de sucumbir al caos. Nos dejaremos llevar por la corriente porque al final es lo fácil y no acarrea conflictos ya sean con uno mismo o con los demás. 

La inteligencia de la que habla Kant es la medida ante cualquier adversidad y es la única pastillita rosa que funciona. Puede que prefiramos usar la palabra aceptación, que no resignación, o adaptación. No queda otra. O asumes y aceptas o te consume un mar de desesperación. 

Tenemos que abrazar nuestra tristeza y masticar nuestros fracasos. No queda otra. O eso, o la derrota más profunda nos llevará a lugares sin retorno.

Cada uno de nosotros lleva a la espalda un saco lleno de piedras que no son piedras preciosas precisamente, se parecen más a los guijarros: desamor, enfermedad, soledad, desarraigo, frustración… y aun no siendo preciosas encierran enseñanzas magníficas. 

Nuestro entorno está lleno de gente infeliz, preocupada, angustiada, enferma, solitaria, pobre, amargada, incapaz de salir del agujero; gente sensible a las habladurías, a los cambios bruscos del destino; gente desesperanzada con la vida y los amigos; gente insatisfecha hasta con el sol de cada día o la lluvia del otoño; gente acurrucada en la nostalgia o atrapada en el pasado; gente que camina sin mirar y gente que mira para criticar; gentes y más gentes todas infelices. 

¿Quién de nosotros no se reconoce en uno de ellos? Todos alguna vez nos hemos sentido fuera de lugar, incomprendidos, rechazados, escrutados, alienados, perseguidos, insultados. Todos pasamos por la vida siendo parte de alguno de esos grupos o de todos a la vez. 

"La inteligencia de la que habla Kant es la medida ante cualquier adversidad y es la única pastillita rosa que funciona"

Todos, alguna vez, hemos pedido ayuda, hemos levantado la mano porque nos ahogábamos sin remedio, hemos gritado socorro porque nos llevaba la corriente. Todos hemos buscado aliento en algún corazón ya maduro. 

La inteligencia de la que habla Kant va de eso, de enfrentarse a lo que la vida nos brinda con valentía, no con éxito sino con valor, con ganas, con entusiasmo. Nadie nos garantiza que podamos hacerlo y salir del atolladero, pero lo único cierto es que hay que hacerlo como garantía de desarrollo personal. El resto, si acaba mal o bien es lo de menos. La inteligencia es precisamente eso, el hecho de afrontar lo que toca, dar la cara, levantarse, hablar con lo insoportable y decirle «aquí estoy». 

La inteligencia de Kant es una, pero hay muchas más. He sabido que existen hasta nueve categorías de inteligencia: lingüística, musical, espacial, cinético-corporal, intrapersonal y lógica-matemática entre otras. Un tema apasionante al que Goleman denominó como Inteligencia emocional. 

Y mucho más interesante resulta el constructo ideado por Bar-On: Inteligencia Emocional Social. Un modelo según el cual, las personas emocionalmente inteligentes son optimistas, flexibles, realistas y afrontan situaciones de estrés sin perder el control. Es esa clase de inteligencia que permite expresar pensamientos de un modo «no destructivo». Así que, uniendo toda esta amalgama de inteligencias, llego a la conclusión de que actuar con inteligencia no es otra cosa que actuar con positividad, motivarnos, evitar que la angustia interfiera y controlar los impulsos. 

Nadie va a salvarnos de hecatombes personales, pero al menos podemos aprender el autocuidado y bienestar emocional sustituyendo hábitos y creencias. A ser feliz se aprende.

* Periodista