No hay nada que a los cacereños nos guste más que un mercado medieval. Incluso a los de adopción como yo. Es anunciarse el Mercado de las Tres Culturas y sentir una hipnótica necesidad de acudir a él, como si se tratara del canto de las sirenas de la Odisea. Sin duda, la afluencia esta semana a la ciudad monumental marca el inicio a la normalidad que tanto nos prometen y anhelamos. Que no se encuentre aparcamiento en el centro de Cáceres por fin, después de dos años, lejos de desazonarme el corazón, es un signo positivo. Vuelven el tráfago, las prisas, las necesidades imperiosas por cosas que no necesitamos. Y en esto parece que consiste nuestra normalidad.

Fui al mercado medieval sin necesitar nada urgente y volví con un plato que sirve para triturar ajo y tomate, una pulsera, un ambientador de aromas orientales, una moneda realizada in situ a golpe de martillazos y unos exquisitos dulces gallegos. Fue ‘vuelta a la normalidad’ que para comer un kebab hubiera que hacer una cola de aquí te espero. Nada más ver la cola me dije: "Volvemos a ser quien somos". El casco histórico fue un hervidero humano, un hormiguero de personas en busca de sus preciados objetos, de un vaso de té moruno o de ese abalorio que hace juego con el jersey. Nunca he visto tanta quincallería junta. Tiendas y tiendas de pendientes, pulseras, colgantes… 

Además, había gente comprando, cosa que no había sucedido en los últimos mercados. Otro signo de vuelta a la normalidad, así como ver algunos bares de copas abarrotados. Me encanta el mercado medieval de Cáceres. Esta vez su retorno es un síntoma de que las cosas vuelven a su cauce, aunque éste sea no encontrar hueco para el coche y comprar cosas innecesarias. Al fin y al cabo, en eso consistía nuestra vida antes del desastre pandémico. Refrán: Quien a vender va al mercado, si lleva de todo vende algo.