Hace casi quince años que sigo la obra deBenito del Pliego (Madrid, 1970), para mí uno de los poetas más destacados de su generación y que, desde el otro lado del Atlántico (es profesor en Apalachian State University, en la agreste y según dicen hermosa Carolina del Norte), ha ido publicando con regularidad libros siempre con un carácter definido y propio, no meras sumas de poemas, en editoriales más bien minoritarias, como Amargord, Varasek, o incluso las cacereñas Ediciones Liliputienses. Bien es cierto que son precisamente los catálogos de estas editoriales (más que los de Visor o Hiperión) los que los filólogos del futuro, si existen, acabarán consultando.

Benito del Pliego es, sin duda, un poeta de la mirada, pero una mirada no descriptiva, sino reflexiva y metapoética. En su libro Mermase preguntaba “qué nos mira” a través de nuestra vista cuando la forzamos, ese “mirar que su visión avista”. De ahí su colaboración con artistas visuales, sobre todo con el chileno Pedro Núñez, coautor del poemario Fábula, donde a partir de sus dibujos se extraía una breve lectura y lección, a modo de un peculiar oráculo manual.

Su último poemario, Posos de lectura, publicado por Varasek, tiene aún más de oráculo, en este caso de una peculiar cafeomancia, donde en lugar de leer los posos según esa esotérica doctrina, se dedicó, durante varias semanas, como explica en su prólogo “poesía como respuesta”, a contemplar las figuras siempre distintas que formaba el café sobre el pad o filtro circular de algodón. Las fotografías de esos filtros usados, y fechados, aparecen en la página derecha del libro, estando a la izquierda el poema suscitado y que prueba, sin lugar a dudas, que “el que insiste en mirar / encuentra la fórmula”, de modo que un filtro en el cual el café dibujó una calavera se convierte en un memento mori, mientras que en otro, “dibuja / sonriente / su cara / un sol”. En otros, el café ha dibujado estrías que parecen riadas, “sedimentos / para lectura / una memoria / para otras lluvias”, un “pequeño mapa” con un corazón en su centro, un “ojo de mapache”, como los que abundan por Carolina del Norte, o una “osamenta” que lleva a una reflexión sobre el esqueleto como lo único que perdura, algo sobre lo que, por cierto, el olvidado exiliado José Bergamín, destacado poeta (véanse, léanse, sus Poesíascompletas publicadas en Pre-Textos) edificó toda una poética.

Es este un libro tan enigmático como ambiguo: serio y a la vez irónico, pues no esconde la trivialidad del objeto que, sin embargo, conduce a las cuestiones más profundas. Del poso, podríamos decir, pasamos al pozo, cuyo fondo a veces ni se atisba. Como decía Roland Barthes en S/Z, “todo significa”, y es esa convicción la que mueve el afán de una escritura que sigue “la lógica de las mareas”, y que poco a poco nos va arrastrando a una dicción cada vez más atrevida y entrecortada, que recuerda el balbuceo de un Gherasim Luca,y coincide con los posos más difíciles de interpretar, “apenas la vi / apenas la vida / apenas tocaba / su pálida piel / la huella del / pie”, e incluso mezclando el castellano con el francés o el inglés, “mírame lemur / l’amour” partiendo de un filtro que sugiere un rostro de lémur, o en otra que sugiere una flor de loto, “comi / ó / del loto / a lot”, recordando de paso el mito griego de los lotófagos.

Recuerdo a un amigo que se burlaba de “los poetas de café” que abundaban en la Granada donde estudió. Frente a la cháchara y al postureo de cara a los demás, este libro, que nos exhorta “cree / en / heces / del / acontecer”, propone otra poética del café, fe en la capacidad de la mirada y el lenguaje para extraer, de lo aparentemente inútil, una lección de vida, tan lúdica y amena como profunda, jugando en serio.  

*Escritor