Cada vez me pasa más a menudo: ante determinadas situaciones o palabras me pregunto a mí misma «¿esto es normal?», como si viviera en una continua ficción y tuviese que pellizcarme de vez en cuando para constatar que no. Porque algunos días, muchos, el presente parece una película disparatada en la que un guionista loco pone toda su creatividad.

A eso se unen mensajes de quienes dicen que me he ablandado y que ya no reparto críticas como antes, pero de verdad que me debato entre la perplejidad y la vergüenza ajena cuando tengo que enfrentarme a algunos temas.

Por ejemplo, a la equidistancia. Porque no, no es lo mismo poner la pistola que poner la nuca, por más que en nuestro Congreso un político estridente grite, salpicando babas, que ya no hay terroristas; los hay, y han conseguido gracias a las armas, la sangre y el terror que las urnas (esas urnas que siempre despreciaron) les permitan decidir el destino de todo un país al que odian, todo por obra y gracia de una ley electoral injusta, y de la cobardía e indignidad de quien necesita su miserable voto.

La misma equidistancia que muestran algunas asociaciones de la prensa cuando solicitan a periodistas y a políticos «respeto mutuo», cuando en realidad lo que pretenden es cerrar la boca de compañeros para que no hagan preguntas incómodas a los servidores públicos. Que se nos olvida, pero son nuestros empleados y han de dar cuenta de sus actos, sin ningún derecho a silenciar al molesto informador. Decía George Orwell que «periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques, todo lo demás es relaciones públicas». Y yo, ingenua de mí, estudié periodismo creyendo que era así, pero olvidé que con un buen chorreo de millones cualquier medio es un buen altavoz gubernamental.

Así que despachando temas pendientes habría que comentar también que la política nacional es cada vez más una hoguera de las vanidades, con alcaldes que se creen dueños de puticlús navideños cuyo derroche pagan los ciudadanos, con partidos que si llegan al poder será por la ineficacia de los que nos malmandan y no por méritos propios (con celos y repartos de sillones aún no alcanzados) y con lluvia de fondos europeos en función de la capacidad de genuflexión de cada presidente autonómico. (No digo lo de las rodilleras porque es más grosero). (Ay, ya lo he dicho.).

También sería interesante comentar cómo algunos están empeñados en alzar al Olimpo de la popularidad a la vacuidad con mechas; alguien que es capaz de hablar durante tiempo indeterminado sin decir absolutamente nada, tiene su mérito innegable. Aunque lo destacable es la valía de sus estilistas y su afición propia a la vida buena y las marcas de lujo. Y no me vengan con lo de que los comunistas también tienen derecho a vivir bien, porque el comunismo históricamente hace vivir de maravilla a sus dirigentes a base de hundir en la miseria a los ciudadanos. Que no veo yo a los Castro o al orondo Jong-un pasando las penurias que pasa su amordazado pueblo. Comunismo es miseria, tal cual.

Total, que no quería yo pero se me va calentando el boli a base de repasar la actualidad: si los coles que persiguen el castellano, si el bable asomando la patita (en busca de su chiringuito, claro), si la rueda interminable de restricciones, si la cesta de la compra disparada, que el gasoil y la luz son el nuevo lujo y no pasa nada… y los sindicatos ni una sola protesta porque tienen su invierno asegurado y los lomos bien calentitos arrimados a la subvención.

Pues nada, ahí lo llevan. Sigan ustedes callados, sumisos y obedientes, que cualquier día nos ponen un crotal en la oreja para identificarnos en nuestro rebaño e igualmente pensamos que es por nuestro bien, que ellos, los «expertos», saben lo que más nos conviene.

Y eso que estoy relajada y de puente…

*Periodista