No puedo ser objetivo cuando hablo de Eugenio Fuentes, por eso estas líneas no suponen un análisis, ni una crítica de su último trabajo, sino unos apuntes rápidos de un lector sobre Perros mirando al cielo (Tusquets). Y mi falta de perspectiva con él se debe a que sé de su bonhomía, de su tenacidad cuando se pone ante el folio en blanco, de lo buen conversador que es y de cómo me ha convertido con el paso de los libros en fan de Ricardo Cupido, su celebérrimo detective.

No es Fuentes un escritor ‘noir’ al uso. No recurre a la casquería, ni a los detalles macabros para despertar el hambre de continuar leyendo. Es un experto dosificador de la información y un verdadero selector de las palabras adecuadas. Si el lenguaje es un arma para atrapar la realidad, Eugenio Fuentes lo maneja con la precisión de un francotirador.

Cuando abro una novela del escritor de Montehermoso lo hago con un folio en blanco donde apunto adjetivos y sustantivos de los desconozco su significado. Leer uno de sus libros es como hacer un Enriquezca su vocabulario de los que publicaba el Selecciones del Reader’s Digest y con los que en mi infancia me divertía.

Pero creo que su mayor virtud es la actualidad de sus trabajos y los temas que aborda. No voy a destripar el desenlace. Ricardo Cupido se enfrenta al asesinato de un médico en el momento de máxima efervescencia de la pandemia de la que aún no hemos salido. Por alguna razón está conectado con la muerte de una mujer cuya pareja trabaja en los molinos de Mistralia y que el detective no pudo esclarecer. Lo demás son hojas de buena literatura en la que, si no se es muy torpe, se pueden reconocer paisajes muy cercanos y pasar momentos excelentes. No este un artículo objetivo, pero tenemos en Extremadura a un escritor con mayúsculas que ya quisieran en otras latitudes. Como especie en extinción deberíamos protegerle y declarar sus textos Fiesta de Interés Literario.