El jueves nos despertamos con la noticia de la agresión del ejército ruso a Ucrania, con bombardeos en todo el país, y al día siguiente, ayer viernes, las tropas rusas entraban en Kiev, una «guerra relámpago» como las que gustaban a Hitler. Al final tenían razón los norteamericanos con sus avisos, mientras que Putin y sus lacayos nos habían estado tomando el pelo, como el embajador ruso en España, que hace unos días, en una entrevista de Susanna Griso, bromeaba sobre la fecha y hora que, según él, se empeñaban en poner a una invasión rusa que aseguraba nunca se produciría. 

En una situación como esta, los matices que intentábamos introducir se pierden, pues no hay ninguna duda: el agresor es solo uno y se llama Vladimir Putin, quien había ido preparando el terreno a nivel interno para una agresión que la mayoría de su pueblo rechaza, aunque pocos se atrevan a expresarlo: admirable la valentía de los manifestantes pacifistas rusos sabiendo que les esperaban porrazos y el calabozo.

Putin se ocupó durante años de neutralizar cualquier voz discordante y conseguir un país sumiso. De ahí su ensañamiento con AlekséiNavalni, su adoctrinamiento nacionalista en las escuelaso su prohibición de la asociación Memorial que velaba por la memoria de las víctimas de Stalin, dictador al que Putin admira, como también admira a los zares, aunque su mayor inspiración parece ser la de otro dictador: Adolf Hitler, que antes de lanzar a su Wehrmacht a la invasión de Checoslovaquia o Polonia, tenía a Goebbels y su propaganda mintiendo a pleno rendimiento denunciando la supuesta opresión de las minorías alemanas en esos países, a las que no le quedaba más remedio que salvar, pese a su voluntad de mantener la paz, que muchos se creyeron. De modo similar, la prensa rusa ha presentado a Ucrania, que había escogido al moderado Zelenski frente al más antirruso Poroshenko, como un estado nazi que planeaba una agresión a Rusia, algo tan ridículo como si se nos dijera que Portugal pretende invadir España. 

"A ver si, como antaño, el místico Rasputín, a través de la influencia en la zarina Alejandra, lleva a su país hacia el abismo"

En una situación de agresión tan flagrante solo cabe apoyar al agredido con todos los medios posibles, incluida la venta de armamento para recuperar, si aún hay tiempo, el pie sobre un país invadido. Las dudas sobre si imponer sanciones a Putin o retirar a Rusia del sistema bancario son tan vergonzosas como la hipocresía de las democracias europeas que, con su política de «no intervención», dejaron tirada a la República española, inerme frente a las tropas de Franco apoyadas por Mussolini y Hitler. 

Estar con Ucrania no significa estar contra los rusos, sino contra un gobernante que los va a llevar a la ruina: recuerdo, cuando estuve en Moscú para participar en un congreso sobre literatura e ideología, cómo el recepcionista del hotel hablaba con nostalgia de la época previa a las sanciones, cuando muchos rusos aún se podían permitir ir a España de vacaciones. Ahora, con el rublo en caída libre, será algo que solo podrán permitirse algunos millonarios, a los que tampoco beneficia la locura de Putin. 

Y esa es la cuestión que un día dilucidarán los historiadores. Recuerdo a un amigo que, hace solo unos meses, elogiaba la inteligencia de la política internacional de Putin, que había devuelto a Rusia una relevancia que había perdido. Ahora muchos se preguntan si a este zar se le fue la olla a Camboya y si, como antaño el místico Rasputín a través de la influencia en la zarina Alejandra, lleva a su país hacia el abismo. Al final, una conjura de nobles rusos acabó con la vida del controvertido profeta, y uno piensa que, seguramente, sería eso lo mejor también en este caso para Rusia. Si el atentado a Hitler (el plan Valquieria) hubiera salido bien el 20 de julio de 1944, se habrían salvado las vidas de varios millones de alemanes y europeos.

* Escritor