Opinión | una casa a las afueras

El sitio de nuestras grietas

Consterna escuchar a los expertos en materia militar decir que hay que dejar que Putin gane algo en esta guerra

Algunos tatuajes van por dentro, se quedan grabados en la mente para siempre. Algo de repente se nos graba en la memoria y nos impide volar; tenemos piedras atadas a nuestras alas. Las mismas piedras que la inolvidable Virginia W. metió en los bolsillos de su abrigo antes de adentrarse en el agua. ¡Qué locura! dirán algunos. Sí, ella lo hizo porque temía no soportar otro de sus ataques de locura, además del pavor a recibir en casa los zarpazos del nazismo ya que su marido era judío. 

Perdonen la referencia constante a Virginia W. pero estamos ante una mujer inmensa, poderosa desde el punto de vista intelectual que crece y crece de estatura literaria con el paso de los años. Considero que es la encantadora habitante de un jardín en el que sembró las primeras semillas del feminismo, pacifismo y ecologismo.

Como iba diciendo, arrastramos cosas que nos hunden: pensamientos-piedra, emociones-nubes negras ¿Qué nos pesa? Y peor aún ¿porque cogemos eso que nos pesa tanto?

Deambulamos entre pasado y futuro, menospreciando el presente o al menos pasando por él como por un jardín sin flores. Y aquí es donde está el germen de una buena parte del sufrimiento, ansiedad, pesadumbre o depresión que muchos padecen. Si no amamos aquello que vivimos, es decir el presente, lo único tangible y verdadero -por mucho que no sea el mejor momento que uno atraviese-, tendemos a proyectarnos en el futuro, a dejar para mañana el trabajo de accionar la palanca del cambio; de manera que nos pasamos la vida tejiendo expectativas, imaginando que mañana todo será mejor, distinto, menos feo. Mañana. Ya mañana si eso… pero mañana es una palabra que según sale por la boca ya es pasado, se convierte en flor de carretera pisoteada en la cuneta de los viajes que no se emprenden.

No sé si es debido a la atmósfera de guerra que planea sobre nosotros o a la primavera, experta en encender todas las alarmas del estado de ánimo, lo cierto es que se mastica un no sé qué de abatimiento y languidez en el asfalto de nuestras vidas; como un viaje al que no se quiere ir, pero nos obligan.

Además de la preocupación, estos meses cuesta arriba nos asfixia el temor a un choque irreversible entre Oriente y Occidente. Nos encoge el alma saber que el mundo es tan pequeño como un juguete en manos de un psicópata. 

El paisaje humano otra vez envuelto en el humo de la inercia y la derrota dejando ver su corazón en ruina

Consterna escuchar a los expertos en materia militar decir que hay que dejar que Putin gane algo en esta guerra que ha perdido de antemano. Con sandeces semejantes se crean los monstruos. Nos queda pues el pesimismo, esa cosa horrible que conduce a la desmoralización colectiva. Ahí estamos. 

Somos pesimistas como el filósofo Schopenhauer, colérico y melancólico al que cuando le preguntaban cómo había sido su vida, respondía: «no ha sido un camino de rosas, he sufrido mucho». Además, Schopenhauer sentenciaba con este oráculo «la vida de todos los hombres geniales es siempre trágica, aunque vista desde fuera parezca tranquila».

El paisaje humano otra vez envuelto en el humo de la inercia y la derrota dejando ver su corazón en ruinas. Otra vez que los historiadores empapan sus plumas para escribir con tinta negra los relatos de pérdidas que marcarán nuestra generación. Como diría Francesco Pecoraro «vivimos a tientas sometidos a los vaivenes de un sistema depredador que amenaza con destruir el futuro del planeta».

Como ven no hay corriente narrativa que no haya atravesado sus propias guerras y tristezas; sus desarraigos. Y en todas ellas, ya sean filósofos, poetas, músicos o pintores, encontramos herramientas para la reflexión y el sosiego… también el desasosiego. Cada uno de los que nos precedieron han tenido la gentileza de llevarnos de su mano hasta un promontorio donde enseñarnos a escuchar el silencio, un lugar remoto donde parar nuestra agitación y comprender el mundo y comprendernos. Nos han llevado al sitio de nuestras grietas.

* Periodista

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