El Periódico Extremadura

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Mario Martín Gijón

Espectráculo

Mario Martín Gijón

Reportaje lírico

Junto al escritor de calidad pero accesible necesitamos otros que abran nuevos espacios y cuestionen las expectativas

Estadísticamente, el avión es el medio de transporte más seguro que existe y sin embargo, pocas personas podrán negar haber sentido cierto miedo, o inquietud, en algún momento de un vuelo. Los accidentes de avión son de las noticias más sobrecogedoras (un amigo mío, que además vuela bastante, está obsesionado con ellos, y no por casualidad la serie documental Mayday. Catástrofes aéreas, lleva más de veinte años en antena) y es que en el fondo, me temo, los mamíferos terrestres que somos no se acaban de creer que puedan volar, aunque sea un sueño que acompaña los inicios de la humanidad, como muestra el mito de Ícaro, que ya se sabe como termina.

Hay accidentes que han conmocionado el imaginario popular, como el que en 1949 acabó con la vida de los jugadores del Torino, que era el mejor equipo de Italia y que nunca se recuperó, siendo desde entonces el pariente pobre de la Juventus de Turín. Menos se recuerda un accidente que tuvo lugar en Madrid, el 27 de noviembre de 1983, con el avión de la compañía Avianca que hacía la ruta París-Bogotá, con escala en Barajas, y en el que murieron 181 personas, con solo 11 supervivientes. Muchos de los pasajeros eran escritores o artistas que iban a participar en el Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana, como la ensayista Marta Traba, la pianista Rosa Sabater, o los escritores Manuel Escorza, Ángel Rama y Jorge Ibargüengoitia.

La historia de ese accidente, con tantas vidas truncadas cuando esperaban un plácido aterrizaje en Madrid, obsesionó a Ernesto García López (Madrid, 1973), uno de los poetas actuales a mi juicio más interesante, como ha mostrado en libros como Ritual, Todo está en todo o Los afectos, por su exigente búsqueda de una escritura que combina denuncia social, afán de solidaridad y gran exigencia lingüística, lo que lo distingue de muchos poetas de panfleto que creen que las buenas causas necesitan, paradójicamente, de mala poesía. Vivimos en una época poco propicia a los experimentos literarios, pero soy del parecer que junto al escritor de calidad pero accesible (qué buena noticia el premio al extremeño Luis Landero, cervantino del siglo XXI) necesitamos escritores que abran nuevos espacios y cuestionen las expectativas.

Hospital del aire es el sugerente título que lleva el libro que recupera y conjura la memoria de ese accidente y de quienes perdieron en él la vida. Publicado por la editorial Candaya y con prólogo de Diego Sánchez Aguilar, esta obra, especie de reportaje lírico multiforme, se articula en cinco partes: la primera y más amplia, “Vuelo 11 de Avianca” alterna la prosa periodística que informa sobre la identidad y trayectoria de las víctimas mortales con la evocación lírica imposible de lo que hubieran podido expresar pues como dice una de ellas, su voz se ha convertido en un “descoyuntado trozo de humo” y la muerte nos convierte en “sobriedad que se solidifica / mientras desaparece”, frente al flujo inaprensible de la vida. Un intento, el de “re-ritmizar la angustia” y “convocar los huesos de la memoria cuando se desvanece el recuerdo”, que trajo de cabeza al autor durante años, según refleja en el muy interesante “Diario de escritura” que cierra el libro y al final del cual expresa sus “disculpas a los pasajeros supervivientes que pudieran leer esta novela poematizada. No fue mi intención forzar el recuerdo doloroso ni recrear los hechos tal como sucedieron. Menos aún reemplazar sus voces y experiencias. Son miserias de escritor tergiversarlo todo”.

Precisamente esta modestia justifica un libro tan arriesgado, que en sus partes centrales, “La caja negra” y “El sueño difícil” se esfuerza por “inventar un lenguaje cuando no se puede hacer otra cosa” y, así, mostrar su respeto y homenaje a unas víctimas únicas. 

*Escritor

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