Opinión | una casa a las afueras

Alas y lilas

La mayoría de nosotros pasamos la vida entera como en una estación de tren esperando que nos llegue una vida mejor

Qué cosas! Lloramos al entrar en este mundo, lloramos al abandonarlo y en el intervalo, el trayecto que dura este viaje de la vida, nuestro diálogo interno tiende a la melancolía salpicado por la preocupación; raro es el día en que sonreímos a un pájaro que picotea el aire o a un anciano encorvado cercano ya a la tierra.

La paciencia es la única medicina para tratar el mal del tiempo.

La mayoría de nosotros pasamos la vida entera como en una estación de tren esperando que nos llegue una vida mejor, un tren más limpio, un tren más cómodo y amplio… En Extremadura además esperan que llegue el tren, el que sea, pero que llegue.

Las viejas palabras ya no sirven para acorralar al tiempo, detenerlo un instante en la pradera sembrada de prímulas, hablar con él de lo mucho que corre y los desaciertos que nos deja en la piel. Sí, las viejas palabras no sirven y las nuevas no han aparecido aún. Lo único cierto es que el tiempo vuela y nos marchita. La vida está hecha de barro, alas y lilas.

Las viejas palabras ya no sirven para acorralar al tiempo, detenerlo un instante en la pradera sembrada de prímulas

Camino hacia la boca del metro, otro agujero. Meto las manos en los bolsillos y toco la tela arrugada de una mascarilla. Ay, qué lejos está el miedo de hace dos años, su melodía de alcohol y toallitas. Ahora oigo toser a alguien en el asiento de al lado y es como la lluvia en el cristal, resbala. Como no llegue a tiempo al concierto por culpa de este señor que baja profundo y lento por la escalera… Tengo que comprar flores, no sé si tulipanes o magnolias. Me acaba de empujar una pandilla de adolescentes que llevan latas de… en la mochila. Yo a lo mío. «Amor» de Sara Teasdale. Hay otra cola para el café. Otro agujero negro de tiempo.

El ramo de margaritas que mi amiga Esther olvidó traer al desayuno está precioso en el jarrón de su casa. Sí, las madalenas de harina de castañas ahumadas han volado, de un plumazo se han volatilizado, como el tiempo y como el pájaro de la ventana. Verdad. Todos hablamos de la madalena de Proust pero sus libros más que cajitas de palabras parecen despensas, cocinas y restaurantes. Pobre Marcel, magullado, corriendo en busca del tiempo perdido sin adivinar que sería mas famosa su madalena que su talento. Prefiero la muchacha que conducía una vaca, perdida en la página 296 del tomo II o la supuesta marquesa que llegaba en un coche con olor a suripanta, sus huevos con nata…

Mañana iré a comprar uvas, muchas, y las pondré en una cesta formando las cuatro estaciones; ya apetece hacerle entender al paladar la primavera con ciruelas glaucas, esféricas. Y peras, que esperan pacientes como un claro día de otoño. He visto ya en las fruterías cascadas alborotadas de fresas, a lo lejos parecen nubes rosáceas en las manos de un niño entre el tumulto en una de esas ferias que recorren la mirada del paisaje, como si hubiera desplegado el circo todo su encanto en la última calle del pueblo antes de salir al campo muy cerca ya de las amapolas y los acianos, los pinceles que asoman entre los cultivos.

Siempre que mi abuela llegaba del paseo de recoger unos cuantos tréboles, pasaba a nuestro lado y venía con ella una ráfaga de aire de las viñas, con su canturreo de pasto cuando la mayor de las ocupaciones era la obra maestra del ordeño y luego emigrar esa lluvia al entremiso con su cincho de esparto para hacer el cuajo…¡ Aquellos quesos hechos de tiempo y paciencia!

Me gustaría estar rodeada de tamariscos viendo verdear la ventana de estas gafas que caminan tierra adentro, subterráneamente, sin la esperanza de un lacito de heno que pueda llevarme al pelo como cuando trenzas una corona de miosotas para el sombrero de paja.

Próxima parada SOL.

* Periodista

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