Opinión | una casa a las afueras

Aquí dentro hay una voz

Las palabras no pueden describir la primavera. No alcanzan a concretar este olor y amasijo de felicidad en grano

Está la primavera con sus rosas ardiendo en la falda de los pueblos, la dulce primavera con sus alas anchas sobrevolando nidos y azoteas. Dulces pájaros cantan sobre la paz de los cementerios, oleadas azuladas de amor caen como uvas por entre las nubes blandas, elfos de los campos brincan en la quietud de un prado… el alma se funde con el césped recién cortado absorta por el olor a vida que exhala la tierra y la celda ámbar de una abeja borracha, melada.

No. Las palabras no pueden describir la primavera. No alcanzan a concretar este olor y amasijo de felicidad en grano. Los dioses han descendido de sus altares negándose a volver si no es con la palabra precisa tal y como hacía Keats, el poeta acariciante.

La escritura vehicula los afectos, no los reprime, les propicia una salida sublime que empieza en el cielo de la boca invitándolos a ascender hasta las glorias. La escritura es un perdón según santo Tomás. La escritura es transformación, transposición, revolución pero también sanación. Y, no, no describe aquello que nos pasa. No describe el mundo, pero se aproxima. 

La escritura es un trazo en el trozo de papel; un trazo que deviene de la mortal tachadura del corazón, porque lo que escribimos ha pasado antes por vericuetos impensables, ha viajado por caminos que ni imaginamos. Cada letra que cae al suelo ha sido acunada por el alma, ha desfilado por los circuitos cerebrales más abruptos, ha sido acribillada por las borrascosas cumbres del sentimiento; ha caminado descalza por la arenisca entre los dedos intentando esquivar toda frontera.

Y una vez ha recorrido su propio calvario se une a otras palabras. Todas ellas crean un mundo nuevo que ha de salir a la superficie. Pero… ¿cómo? No es tan fácil porque han de buscar un ritmo, una melodía que no ensucie el entramado. Deciden entonces caminar hacia el hemisferio derecho que es el que gobierna los afectos y las emociones, así como sus inscripciones primarias, musicales y no lingüísticas; se deslizan después por un cableado neuronal, humoral y fluctuante, justo donde las pasionesincendiadas.

Ya casi se acercan las palabras al tramo final del camino. Se agitan, se cierran, se alteran como los estambres de una flor. Saben que están sazonadas para emprender el vuelo. Se inclinan, se estiran y se lanzan. Por fin. Llegan a unos labios desfallecidos. ¡Fuera! Salid de una vez. Son suspiros. Años de suspiros. Astillas de cedro. Sarapicos y pináculos. Una plaga. 

A veces ocurre que las palabras sí describen cómo nos sentimos y es entonces cuando nos preguntamos si el humor es un lenguaje. En mi caso es más fácil describir un estado de ánimo momentáneo que un prado cuajado de prímulas. Dicen los entendidos que la tristeza por ejemplo es el humor fundamental de la depresión y la pena la manifestación principal que delata al desesperado. Es cuando nos domina la tristeza que acudimos al terreno de los afectos y llegamos, por decirlo fácil, a una especie de Mercadona de la melancolía con estanterías llenas de angustia, miedo, desazón en polvo, pero también alegría a granel. Un lugar que te vuelve adicto si pasas mucho tiempo en sus pasillos. La tristeza como enganche con sus chocolatitos de colores: los amo, pero aún más los odio.

Las palabras acaban haciendo su trabajo. Informan, describen, sugieren. Bien, pero… ¡No iluminan! el prado cuajado sigue allí, incompleto, esperando la palabra acariciante y precisa de Keats, la forma poética que consiga hacer visible ese prado con su hervor fragante, su música zumbante.

¿Cómo abordar ese lugar? Sin adornos ni abalorios. Con palabras sencillas como todo lo que existe y agita el campo: atravieso la cuneta sin pinchos ni huesos, rozo el trigo con sus mangas de camisa en espigas, subo entre las flores más altas que van y vienen sin vestido, la cosecha es de seda. ¿Técnica o arte?

* Periodista

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