Opinión | una casa a las afueras

Dos ciervos untados

No sé en qué poeta he leído que aquél que ve una pequeña flor, claramente observa a dos ciervos embarrados, untados

La luna siempre será mujer. En griego el arco iris lleva nombre de mujer, Iris, hija de Taumante y de Electra, era la mensajera de las áureas alas de los dioses, la encargada de llevar a los hombres los designios de Zeus. Pureza es nombre de mujer, Alejandría y Paloma también. Nadie se llama melancolía o maravilla, pero…podría ser; risa, lechuza o mariposa podrían llamarse mis amigas; seda y fantasía mis sobrinas; confianza llamaría a mi maestra espiritual. Vida y libertad también son nombres para unas hijas. 

Si pudiera cambiarme el nombre me llamaría merienda, palabra que procede del verbo merere, mereri que significa merecer, ganarse algo. El verbo merere se forma a partir de la raíz indoeuropea (s)mer, que en el diccionario etimológico de Robert Pastor aparece con el significado de compartir. Si no me permitieran registrarme con el nombre de Merienda, optaría por llamarme Parma o Florencia, total el mercado literario necesita nombres de ficción femeninos ya que durante siglos las mujeres firmaban escondidas bajo seudónimos masculinos como Puccio Quaratesi o Benedetto Padre, una anomalía como otra cualquiera. Como diría el escritor Guido Ceronetti, las mujeres estamos entregadas a la imaginación, somos seres dotados de «profecía y antítesis del conocimiento» y total ¿será por nombres que nos hemos buscado la forma en la que decir aquello que de otra forma se nos niega?

El hastío se ha posado aquí como una libélula escéptica de la luz y la transparencia. Aquí es esto que leen. Hastío con h de hartura (en algunos pueblos hay mujeres que se llaman Artura, sin h claro). Hartura en el sentido de saciedad y de exceso. Precisamente por eso escribo, para hacer un viaje al aire fresco y ver bailar las flores, para evitar contaminarme de la profusión de opiniones odiadoras. Escribir así es un viaje sentimental con cestas de naranjas; sostener unos lirios y entender el poder del verde tallo, la viriditas.

Baudelaire nos regaló las flores del mal pero es mejor detenerse por un instante en la «florigrafía», el lenguaje de las flores: rosa blanca de pureza, dicen por ahí, o amarilla de celos. Al parecer fue Mary Wortley Montagu la visionaria encargada de airear el término «florigrafía» allá por el año 1763 a través de unas cartas en las que relataba la costumbre otomana de atribuir a las plantas un significado simbólico. 

Ya puestos me gustaría ir al registro e inscribirme con el nombre de Floreta María. ¡Precioso! Llamarme Floreta y tener un florete con el que escribir apuntando al corazón… Eso y pasarme el día entre cultivos de crocos para luego recolectar el azafrán; palabra medicinal que se remonta al sánscrito kunkuman, cúrcuma…bonito nombre de chica, Cúrcuma María. No sé, estoy indecisa.

Creo que tanto aire del campo afecta a las neuronas. Marea contemplar tanta belleza. Debe ser su efecto calmante: el sol en la cara, el viento en el pelo, oír los pájaros, ver, tocar, acariciar, respirar, cerrar los ojos. Necesitamos descanso.

La mirada no puede con esa fealdad sobrevenida e impuesta en nuestras ciudades, los centros comerciales y gimnasios, las terrazas encapsuladas, los garabatos grafiteros ensuciando lo cotidiano, las prosaicas puertas de negocios y fábricas, los maltrechos trenes, la hueverías y panaderías. Todo, todo está impuro, alejado de la flor y su pureza. 

Medito estos días sobre la corteza de los árboles, la luz sentimental de los atardeceres y los pésimos gobernantes que afligen nuestros despertares. Los políticos son, con perdón, espíritus presa del viento. No un viento de prodigio sino de banalidad. Son aquilones perturbando nuestra paz de cada día.

Libertad se llaman algunas mujeres, pero es mentira, sólo en sueños. Pensadlo bien, pudimos ser libres un instante, pero no, elegimos la pavura y la aprensión. No llaméis jamás así a vuestras hijas.

No sé en qué poeta he leído que aquél que ve una pequeña flor, claramente observa a dos ciervos embarrados, untados hasta la cornamenta.

* Periodista

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