tribuna abierta

E-lecciones y convicciones

Las dificultades para conjugar la geometría política con la aritmética electoral

María Guardiola, presidenta del PP de Extremadura.

María Guardiola, presidenta del PP de Extremadura. / Jorge Armestar

Juan Sánchez González

Juan Sánchez González

Resultan curiosas, por no decir patéticas, las conclusiones que pueden derivarse de una serena reflexión sobre discursos y comportamientos relacionados con la situación política extremeña tras los resultados electorales del 28 de mayo. El confusionismo, la hipocresía e incluso la desfachatez de algunos, constituyen la nota predominante de numerosos mensajes interesadamente dirigidos a la opinión pública, buscando antes su manipulación que su orientación.

El origen de todas las controversias tiene que ver con la interpretación sobre el ganador de las elecciones. Casi todo el mundo ha acabado asumiendo que las ha ganado el PSOE, y no es cierto, porque en el régimen político y en el sistema electoral vigente en España —que puede cambiarse, pero eso no se ha producido— las elecciones las gana objetivamente el partido que tiene más escaños en el Parlamento, y no el que consigue mayor número de votos. Otra cosa es que cuando se empata, que fue lo que sucedió, unos se sientan perdedores y otros ganadores, como se hizo evidente en la noche electoral. Aunque los sentimientos y las emociones son personales e intransferibles, nunca está demás la comparación de situaciones pre y postelectorales: en el caso que nos ocupa, mientras unos pasan de 34 a 28 escaños, otros evolucionan de 20 a 28. El segundo asunto, obvio también, pese a resultar el más controvertido, tiene que ver con la capacidad para formar gobierno de los partidos con representación parlamentaria. Nuestro vigente régimen político —que podría cambiarse, pero eso no ha sucedido— no establece que quien gana las elecciones tenga que formar gobierno, sino que para poder constituirlo haya que contar con suficiente aval o soporte parlamentario. Por ello, cabe contemplar tanto gobiernos monocolores, con apoyo mayoritario del parlamento, como gobiernos minoritarios, y también gobiernos de coalición. Para conseguir gobiernos estables con respaldo en la Asamblea, nuestro sistema promueve el pacto entre las fuerzas políticas; pero no impone, aunque lógicamente admite, que el resultado del pacto tenga necesariamente que desembocar en gobiernos compartidos. 

Delimitado el campo de juego, lo acontecido en Extremadura revela aspectos preocupantes sobre la volátil naturaleza de una sociedad donde se otorga preferencia al combate frente al debate, al espectáculo sobre el razonamiento. A mi modo de ver, el mensaje más peligroso que se lanza es el maquiavélico de que el fin justifica los medios, porque de lo que se trata —a ver si se enteran los ingenuos— es de alcanzar el poder para echar como sea al adversario, un mantra sostenido por la falacia de que por encima de principios, valores, e incluso intereses, eso es en el fondo, lo que quiere la gente cuando deposita su papeleta en la urna. Partiendo de presupuestos tan poco loables, el meollo del problema se sitúa en las dificultades para conjugar la geometría política con la aritmética electoral. 

En cuanto a la geometría, o el lugar que cada fuerza política ocupa en el manoseado eje de coordenadas izquierdas y derechas, cabría decir que los matices anteriores a las elecciones deberían diluirse o minimizarse para que la aritmética de los intereses, se imponga a la «espumosa» geometría de los valores: si hay que pactar se pacta, aún haciendo de tripas corazón. Lo que se espera, pide o exige a los actores políticos es que interpreten correctamente su guion, que hagan de la necesidad virtud, que soporten estoicamente las críticas sinceras o espurias que recibirán por sus incoherencias y volubilidades. Y que, si las circunstancias lo determinan, que el PSOE pacte naturalmente con Unidas Podemos, y que el PP haga lo propio con VOX, con el argumento, no siempre explícito ni sincero, de que los cuatro son partidos constitucionales y legales. Y todo ello aderezado con algún que otro teatral rasguño de vestiduras, pero sin otorgar excesiva importancia a la posibilidad de que los partidos minoritarios situados en los extremos, presenten exigencias o principios difícilmente digeribles incluso para sectores sociales y actores políticos geométricamente cercanos. 

Una sociedad donde se otorga preferencia al combate frente al debate, al espectáculo sobre el razonamiento

Expuestas así las cosas, con independencia de lo que acabe sucediendo, y de tantas declaraciones pintorescas, vergonzantes e inverosímiles, aún queda por resolver en Extremadura si prevalecerá la geometría donde habitan las convicciones, sobre la aritmética donde se dirimen los intereses; es decir, aquello que decía Max Weber sobre la ética de las convicciones, y la ética de las responsabilidades. Así, por ejemplo, para muchos «analistas», tertulianos y políticos, tanto de izquierda como de derecha, María Guardiola sería siempre una irresponsable: si pacta con VOX porque demostraría, aunque torpemente, que antepone sus intereses de alcanzar el poder y expulsar a los socialistas, a sus proclamadas convicciones; y si no lo hace, también una insensata, por otorgar prioridad a sus «insulsas» convicciones frente al objetivo fundamental de que el Partido Socialista pase a la oposición. Y además una irresponsable porque una repetición electoral sumiría apocalípticamente a Extremadura en el caos y la pobreza extrema, hasta el punto de que, por tan «reprobable actitud», ¡ni medallas de Extremadura podrían concederse este año! Como los mismos que la critican por una cosa estarían dispuestos a denigrarla por la contraria, el pernicioso mensaje que se lanza a la sociedad es que actuar responsablemente en política, puede y, en determinados casos, debe ir acompañado de la renuncia a las convicciones. Seguro que recuerdan aquella frase que suele atribuirse a Groucho Marx: «estos son mis principios, pero no se preocupen, si no les gustan aquí tengo otros». 

No les ocultaré mi personal preferencia porque VOX no se incorpore al gobierno de Extremadura, tanto por los valores y el modelo de sociedad que representa como por los resultados electorales obtenidos, que merecen ser tenidos en cuenta para dialogar y pactar, pero no necesariamente para gobernar. Tampoco omitiré la estimulante sorpresa que me ha producido constatar la existencia en Extremadura de una derecha moderna sin complejos y con principios que pugna por encontrar un sitio prevalente en la política extremeña. No conozco a María Guardiola, ni me cabe anticipar si finalmente cederá y gobernará con VOX, si se mantendrá firme en sus principios y accederá al poder pactando con los políticos de ultraderecha sin integrarlos en el gobierno, si habrá nuevas elecciones y ganará o perderá en el empeño, o si finalmente renunciará para no tener que actuar de manera contraria a sus convicciones. Como el futuro nunca está escrito, y menos cuando alguien se salta el guion establecido, les recuerdo aquello que cantaba Rubén Blades de «la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios». Pronto llegará el desenlace, mientras tanto, me permito sugerirles alguna reflexión sobre discursos éticos, y comportamientos patéticos. 

*Profesor Historia Contemporánea de la Uex

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