Espectráculos

Memoria viva

JOSE ESTEBAN

JOSE ESTEBAN

Mario Martín Gijón*

Conocí a José Esteban (Sigüenza, 1935), Pepe para los amigos, hace unos quince años, allá por 2009, con motivo de los preparativos para el congreso por el centenario del nacimiento de José Herrera Petere, escritor sobre el que andaba yo terminando mi tesis doctoral, y a quien Pepe había conocido en persona, siendo su anfitrión durante los dos regresos, más amargos que dulces, de aquel poeta a quien el exilio hirió en carne viva, y que murió en Ginebra poco después de la muerte del dictador que, como a tantos exiliados, cortó en dos su trayectoria, en la flor de la vida, y condenó al destierro.

Pepe y yo, al alimón, nos encargamos de la edición de uno de los volúmenes de la narrativa de exilio de Petere, dentro de las Obras Completas que había emprendido la Diputación de Guadalajara y la Junta de Castilla-La Mancha, antes de que la inefable María Dolores de Cospedal, al llegar a la presidencia manchega, suprimiera los fondos para el proyecto, supongo que uno de los logros de su breve mandato.

Ya antes de conocerlo, había leído yo mucho a Pepe Esteban, que durante los años de la Transición llevó a cabo una labor impagable de recuperación de escritores raros y olvidados, sobre todo por ser exiliados y censurados durante cuarenta años. Desde su editorial Turner y otras editoriales tan efímeras como valiosas, puso de nuevo en circulación la obra de autores tan distintos e imprescindibles como José Bergamín o Ernesto Giménez Caballero, opuestos en lo ideológico, y a los que Pepe consiguió reunir, venciendo la inicial resistencia de Bergamín, insobornable republicano, a cenar con un fascista declarado, cediendo finalmente: “Bueno, cenaremos con ese loco”.

Ya antes de conocerlo, había leído yo mucho a Pepe Esteban, que durante los años de la Transición llevó a cabo una labor impagable de recuperación de escritores raros y olvidados, sobre todo por ser exiliados y censurados durante cuarenta años

Esta anécdota, que en su momento nos contó a mí y otros de viva voz, es una más de las recogidas en Ahora que recuerdo, sus espléndidas memorias publicadas por la editorial Reino de Cordelia. Ya se sabe que, mientras las autobiografías se centran en el desarrollo personal del autor, las memorias, sin que dejen de hacerlo, tienden más a dar testimonio de la sociedad y compañía vividos por el autor. Y Pepe Esteban ha vivido mucho, y su vida ha sido muy interesante, pues ya desde muy joven quiso conocer y convivir con escritores, comenzando por Pío Baroja y Ernest Hemingway, con quienes se relacionó poco después de su llegada a Madrid desde la fría y bella Sigüenza.

Sería muy largo, y necesitaría de varias páginas, mencionar al menos una selección de los escritores con los que Pepe Esteban tuvo trato y amistad. Habitual del Café Gijón, y de otras varias tertulias literarias, Pepe se movió sobre todo en los círculos de oposición al franquismo, en los que, como recuerda con justicia, el Partido Comunista fue, con diferencia, la organización más activa, en algunos lugares la única. Amigo de poetas sociales como Gabriel Celaya o Blas de Otero, a partir de que funda la librería Turner, sus círculos se ensanchan y su curiosidad, pero también su anhelo de justicia, lo llevan a publicar a Max Aub, o a viajar a Buenos Aires para conocer a Borges. Leyéndolo nos enteramos de lo silencioso que era Juan Rulfo, o de lo parlanchín y brillante que era Juan Benet, o de su visita a Cortázar.

El libro, con seiscientas páginas, está acompañado casi en cada una de ellas por fotografías de los escritores y artistas con los que trató Pepe y, me crean o no, se hace corto. Leyéndolo pensé qué buena herramienta sería este libro para que los estudiantes de bachillerato conocieran la literatura española del siglo XX como algo vivo y dinámico, con protagonistas con los que empatizarían más que leyendo los insufribles libros de texto. De los capítulos más hermosos y personales está el que se dedica a “Mis queridas, añoradas bibliotecas”, comenzando por la de su pueblo, Sigüenza.

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