CONTRA DE SEXTA

Regalos

Rosa María Garzón Íñigo

Cualquier momento es bueno para regalar algo aunque estas fechas, como los cumpleaños, sean más propicias o especiales.

Para no morir en el intento debe de ser conditio sine qua non tener en cuenta la personalidad, gustos e incluso necesidades del receptor, si queremos sorprenderlo gratamente y, por su parte que, al menos, aprecie el tiempo, el amor y esfuerzo puestos en la tarea y, sobre todo y más importante, a la persona que le hace llegar el presente.

Difícil tarea ahora que la inmediatez afecta sobre todo al consumismo y la búsqueda por internet se ha convertido en la forma más frecuente de compra, frente a las tiendas de cercanía. Si bien pareciera que nos ahorra tiempo, el precio a pagar es demasiado alto cuando perdemos otras sensaciones perceptibles para el resto de sentidos además de la vista y se limita nuestra capacidad para poder sopesar otras características inaccesibles a través de las pantallas y sí físicamente.

Aquellos que continuamos con esta tradición, si bien es cierto que somos una especie en extinción, disfrutamos con total ilusión y como si fuera un viaje cada paso hasta la entrega del obsequio al elegido, con la esperanza de que le guste. Desde que pensamos en el qué; mientras buscamos el mejor o más adecuado; durante el empaquetado, que ya en cada vez menos sitios lo hacen y hasta el momento de ponerlo en sus manos, el camino es emocionante. Y, si conseguimos dar en el clavo, ver su cara de felicidad es el broche perfecto para culminar la aventura.

Y es que disponer de tantas cosas a nuestro alcance ha supuesto la pérdida del verdadero reconocimiento al valor de lo recibido, como si su importe económico lo determinara. Más ahora que los precios se han disparado descontroladamente y adquirir una detalle de calidad, duradero en el tiempo, supone el desembolso excesivo para muchos bolsillos que se dejan el sueldo y la paga extra en un abrir y cerrar de ojos.

El caso es que seguimos sosteniendo este abusivo sistema pagando verdaderas fortunas por objetos que multiplican exponencialmente su valor real de fabricación y que continúa reportando beneficios tras rebajar hasta un setenta por ciento su precio inicial.

Pero todavía es más desconcertante y hasta me atrevo a decir que en algunos casos indecente cuando se trata de los más pequeños de la casa, quienes no solo reciben un obsequio o dos, sino un montón, tantos que no saben a cuál dedicar su atención y se pierden, sobrepasados por el exceso de estímulos, para terminar jugando con los envoltorios y las cajas de cartón en demasiadas ocasiones, aunque ello no impida que año tras año se repita la historia.

Las generaciones de la posguerra, como la de mis padres y muchas familias humildes, con suerte, recibían una pieza de fruta o unos higos secos de sus Majestades los Reyes Magos. Después, en casa, casi siempre traían algo necesario o práctico. Pero a medida que han ido pasando los años se nos ha ido yendo de las manos, pasando al extremo opuesto con auténticos y escandalosos excesos.

Dar sorpresas y recibirlas es uno de los mayores placeres de la vida y para ello no hay que gastar dinero o, al menos, no mucho, basta con escribir en un trozo de papel dos palabras: TE QUIERO. Qué mejor regalo puede haber que el amor, dicho y hecho, aunque demostrarlo cueste casi siempre… un poquito más.