Crítico

Tormentas , la primera novela de Liborio Barrera (Almendralejo, 1963), ha venido casi a coincidir en el tiempo con una compilación de relatos, Fuegos (Mérida, ERE, 2002), con la que se dio a conocer como narrador. Sean o no próximas también en el momento de su composición, lo cierto es que ambas nos enfrentan con la ruptura de las relaciones amorosas, que si en los relatos empujaban a los personajes masculinos a una violencia desaforada que no excluía el crimen, en esta narración sume al amante en la soledad y en el aislamiento (cuando fue precisamente el aislamiento del "creador" el que, según recuerda, malogró su relación afectiva). El abandono de su entorno laboral, el regreso a la vieja casa paterna y al ámbito rural de la niñez tienen mucho de búsqueda de un asilo, de regreso inconsciente a un tiempo, la infancia, en que el amor no posee la fuerza destructora con que los años adultos lo pertrecharán, pero, de otro lado, esta decisión de alejamiento de su mundo cotidiano, al fin un refugio, subraya de un modo más perceptible su desamparo en un ambiente extraño a cuyo acontecer natural el personaje no querrá acompasar su vida.

En su superficie, Tormentas recuerda a otras novelas cortas, emblemáticas de tan poco cultivado género, como El extranjero o Muerte en Venecia , pues como en ellas, si bien por razones en cada caso distintas, asistimos al deambular sin meta precisa de un personaje solitario sumido en su intimidad, marcado por una profunda fractura interior, sometido al albur de unas relaciones externas casuales y a unos episodios azarosos o absurdos (como ese anciano que en la novela aparece muerto e involucra al personaje en un proceso judicial), y todo ello en un medio ajeno ("me levanto cada mañana con la sensación de encontrarme en un lugar extraño"), contemplado con distanciamiento. Una considerable concentración del espacio (la casa paterna, una aldea y otra vivienda próximas) y del tiempo (parte del otoño y del invierno), y unos pocos personajes, la mayor parte de ellos sin implicación sustantiva en la trama (un pastor, un juez...) constituyen los ingredientes de este sobrio relato del desamor, que deja en la sombra el episodio más "novelesco" (la narración precisa de la ruptura amorosa, entrevista solo en ciertas ráfagas del recuerdo), para erigir el paisaje de la desolación tras la tormenta ("El amor deja una devastación de la que no se recupera jamás").

En el desarrollo de la sencilla trama argumental, el mundo interior (recuerdos de sus viajes juntos por Europa, de los momentos de incomunicación, de la separación final) se alterna con el mundo exterior (el vivir monótono de la aldea, los rutinarios recorridos del pastor...), en un movimiento de vaivén muy contrastado (lo cosmopolita frente a lo local, las plurales relaciones humanas frente a la soledad), en que triunfará finalmente la pulsión de la vida frente al ensimismamiento del recuerdo, pues la vida, según recuerda Kierkegaard, solo puede ser entendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia delante, o sea, hacia algo que no existe. Cuando el personaje, ilustrado y viajero, conozca a esa mujer campesina con un hijo pequeño, herida también ella por el abandono (su esposo, encarcelado, se niega a verla), su destino se abrirá a una nueva relación amorosa, probablemente vivida por ambos como sucedáneo de una pasión fulgurante y quizá abocada a una nueva "tormenta", pero portadora de calma pues en su seno trae inseminado el germen de la reconciliación consigo mismo y con la realidad. Del pasado quedará entonces un pequeño dolor, leve y lejano.

La novela ´Tormentas´, de Liborio Barrera, se presenta hoy, a las 20.30 horas, en el colegio mayor Francisco de Sande, de Cáceres