Hay concursos para todos los gustos y disgustos. Encender la tele y no encontrarse con uno es poco menos que un milagro. Los hay para cantar, para aprender a bailar, para rascarse la barriga diciendo estupideces e incluso hay un par de concursos en los que a los participantes les está permitido pensar. Si hay uno que ha conseguido poca audiencia televisiva pero gran capacidad para suscitar la reflexión, es el organizado por jóvenes de IU en Palencia, que se han lanzado a buscar el récord Guinness de la precariedad laboral. Tan complicado era el asunto que hubo dos modalidades diferentes: la primera la ganó un joven que acreditó tener un contrato laboral de una hora y media a la semana, mientras que el apartado de precariedad acumulada se lo llevó uno que recopiló 23 contratos en un solo año. El premio no sacará de pobres a los ganadores, porque me temo que un ejemplar del Estatuto de los Trabajadores , otro de Mundo Obrero y una estampa de San Precario no les servirán para pagar en el supermercado. La precariedad es consecuencia de aquella flexibilidad que nos vendieron como la panacea que permitiría reducir el desempleo, pero no nos contaron que la solución supondría tener muchísimos contratos pero sin nada que se pareciera a un puesto de trabajo. Todo sería maravilloso si esos 90 minutos semanales de vida laboral se pagaran con la tarifa que cobra Zaplana en su nuevo trabajo, pero me da a mí que no. Ahora nos dirán que no es el mejor momento de acabar con toda esta precariedad que está creando una nueva clase social: la de los que no están parados pero siguen siendo pobres.