TEtn una democracia es tan nocivo dejar en libertad a un culpable como condenar por error a un inocente. De esto segundo sabe mucho Rafael Ricardi , un ciudadano que acaba de salir de la prisión de Topas (Salamanca) tras pasar a la sombra los trece últimos años por una violación que no cometió. Uno de los dos violadores era bizco, y Ricardi fue de entre los que pasaron por la rueda de reconocimiento el único que cumplía ese requisito. Además, era toxicómano, indigente y tenía antecedentes. En fin, no había necesidad de buscar más pruebas: el bizco era el culpable. Que los restos de ADN encontrados en una gasa de la víctima en el año 2000 no coincidieran con los de Ricardi resultó entonces un detalle sin importancia. Tampoco el acusado estuvo fino: en dos ocasiones se confesó culpable de los cargos, quizá porque en su estado físico y mental no era fácil distinguir entre la culpabilidad y la inocencia, términos que en el subconsciente a veces son fronterizos. Y puede, en efecto, que fuera culpable de otros delitos, pero no de este. Cabe incluso la posibilidad de que hubiera delinquido impunemente en numerosas ocasiones para conseguir dinero con que comprar la droga para luego, capricho del destino, acabar pagando por una fechoría de la que no era responsable. Y es que la justicia, como el fútbol, es así : arbitraria.

En este mundo de pecados y pecadores siempre ha de haber alguien que pague las consecuencias, y a falta de un chivo expiatorio un bizco bien puede hacer su función. Que levante la mano quien nunca haya tenido la sensación de ser el único bizco en el sitio equivocado y en el momento equivocado.