TCtuentan los libros de Historia que en el siglo XV surgió en Flandes una escuela de pintura que marcó la pauta artística en países como Alemania, España y Francia. Aquel movimiento vanguardista era la escuela flamenca. Dicen esos manuales que el talante observador y minimalista que poseían los artistas flamencos provocó que desarrollaran un naturalismo sobrehumano, con el que llegaban a alcanzar una enorme calidad en la descripción de las cosas. El fin que perseguían aquellos pintores era captar hasta el último detalle, una meta que se convirtió en una obsesión para los artistas y que les obligó a emplear toda clase de lupas e instrumentos ópticos con los que poder apreciar lo que estaba oculto a simple vista. De aquella escuela nos quedan sus cuadros y su obsesión. En los países mediterráneos, principalmente en España, somos muy flamencos. Estamos siempre poniéndonos lupas unos a otros para apreciar todo lo que está oculto. Esa eterna búsqueda del detalle sirve sólo para dos cosas: para encontrar una salida, una esperanza, o por el contrario, para tapar huecos, para esconder la mierda. Baltasar Garzón , por ejemplo, es un juez flamenco. Desde hace un tiempo anda buscando con lupa para encontrar fisuras con las que conseguir que se reconozcan derechos y se nos esclarezca la memoria, que es lo más parecido que hay a limpiar los recuerdos. Por eso me entristece la decisión del Supremo, porque creo que es todo un aviso para barrenderos, auspiciado por unos tipos, muy flamencos, que se hacen llamar Manos Limpias y que llevan años mirando con lupa a todos los que usan lupa. Y es que hay gente que sigue pensando que la suciedad no debe barrerse, sino que es mejor esconderla con el olvido.