Dejamos el tránsito de una amplia vía asfaltada, a una treintena de kilómetros de Bucarest, y nos adentramos en el bosque, sobre un camino de tierra. No tardamos en llegar a nuestro destino, la casa de Nicuçor. Y es la sonrisa de este niño la que sale a nuestro encuentro. Nicuçor tiene 10 años y este es el primero que va a la escuela. En su cuaderno apenas empieza a enlazar las letras de su nombre, pero expresa sus ideas dibujando con una enorme soltura. En sus ojos se lee su ilusión por aprender y su interés por lo que hacemos allí, compartiendo aula con ellos, una mañana de otoño.

Hemos venido a retratar el despertar y el atardecer del país con mayor pobreza infantil de Europa. Casi el 50% de la infancia de Rumanía vive sin los mínimos de nutrición, ropa, y un cobijo en condiciones de ofrecer bienestar. Solo el 3% del PIB del país es invertido en educación. «Aquí, en Rumanía, la mayoría de niños empiezan a ir al colegio a los seis años», explica Amalia Gheorge, responsable de Programas de Save the Children en Bucarest. Es la organización internacional que vela por el reconocimiento y cumplimiento de los derechos de la infancia -en la actualidad en más de 120 países-, y tiene entre sus prioridades hacer de la escolarización el puente a la integración social de los niños y niñas y sus familias. «Pero también asegurar al menos un plato caliente al día para los menores en situación más vulnerable», explica Gheorge.

La falta de recursos económicos, pertenecer a colectivos sociales más vulnerables, dificultades en el aprendizaje o la falta de motivación y apoyo adicional suelen ser las causas del absentismo escolar. «A veces, es por simple desinformación de las familias», añade. «Y son los responsables de servicios sociales locales, o los propios vecinos, quienes dan noticia a la Administración comunal, o a nosotros -si ya nos conocen- de menores que no van a la escuela», precisa Gheorge. «Hablamos con los padres para enrolar a sus hijos en nuestro programa Segunda Oportunidad, que trata de reducir el absentismo escolar».

Así sucedió con Nicuçor. «Un vecino que conocía la labor de Save the Children nos avisó de que una familia con la que coincidía en la iglesia, tenía dos niños que no iban a la escuela», relata Amalia Gheorge. «Muchas veces, son los propios padres los que no ven necesaria la educación escolar de sus hijos, pues ellos tampoco la recibieron», indica George, el trabajador social que acompaña el caso de Nicuçor y su hermano Ionica, de 6 años. Los dos han empezado a ir al colegio este curso. «Tardamos dos horas en ir y otras dos en volver, en un bus gratis», detalla Nicuçor. «Ir al colegio es lo que me gusta hacer ahora», dice.

«De mayor quiero ser sacerdote», comenta. «Mira, este es el camino a la iglesia, donde haremos un bautizo». Así describe, con la ayuda de la maestra como intérprete, el contenido de su dibujo en el aula, el día antes de irlo a visitar a casa. «Nicuçor sabe que en la iglesia está caliente», comenta el trabajador social que nos acompaña, tratando de entender el deseo de Nicuçor.

FELIZ EN LA ESCASEZ / «Mama», dice con orgullo Nicuçor, mientras señala a su madre. Va mostrando, feliz, cada espacio de la casa que, abandonada y en estado ruinoso, sin ventanas y con notables humedades, eligieron sus padres para vivir, en medio del bosque.

Ese es el hogar donde Nicuçor, su hermano Ionica, una tercera hermana, menor, y sus padres se despiertan cada día desde hace 10 años. «No tenemos luz», apunta la madre. «Ni agua». Un barreño en la habitación se destina al aseo matutino. Al pequeño Ionica lo que le emociona mostrar es el cerdo que matarán para Navidad, y un par de camas, aún por montar, que los servicios sociales les han traído, de segunda mano, y que la madre de los pequeños ha sugerido que compartan con sus vecinos. «Una nos la quedaremos y la otra se la daremos a ellos», dijo. Ni huerto, ni nevera, ni armarios de ropa, solo la leña habla de abundancia en ese hogar familiar, la leña que Nicuçor ayudaba a su padre a conseguir, cuando no iba al colegio.

Bianca tiene 13 años. «Antes de integrarse en el aula a través del programa Segunda Oportunidad, trabajaba en el túnel de lavado de coches de su madre, porque esta enfermó por la tuberculosis», explica Amalia, de Save the Children. «Ahora, cada día, al salir del

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