Iba a comenzar por lo de la multa, pero, puesto en pie, es de justicia brindarles el arroz de paloma que me acabo de meter entre pecho y espalda. En el Maíla, hoy con acento en la í; Maxi me confirma lo que ya me tenía dicho el director de este periódico, Don Antonio Cid. Apellido, por cierto, que bien le valdría para poder anunciarse en los carteles como Cid II. «Valbuena,... Maíla, es Maíla». Así que ya saben, con acento. Y es que en Olivenza escriben el castellano a la portuguesa.

Y, mientras me como los huesos de la paloma, les cuento lo de la multa. Yendo para Olivenza me para la Guardia Civil; Control de Alcohol y Drogas reza un cartel. Yo, ufano. Ni he bebido en las últimas horas, ni me he drogado en los últimos meses. La risita se me vino abajo cuando el de verde, benemérito agente, me dice que circulaba a 81 donde no se debe pasar de 70. ¡Calambrazo!

No tanto por los cincuenta euritos de multa (pronto pago por medio), sino porque ya no podré presumir delante de mi hija de no haber sido multado en los últimos veinte años. Aún estoy abatido. ¡Qué dirá ahora mi hija de tan merecida sanción! En fin, he pensado que, dado que mi hija no me lee, si ustedes tuvieran a bien guardarme el secreto, seguiré presumiendo. Por favor, no me delaten.

Estaba yo con la multa a cuestas cuando llegué a la plaza. Lo cierto es que le metí zapatilla al pedal porque no me gusta llegar tarde a los toros. En mi caso, no llegar tarde a los toros es llegar con no menos de una hora de antelación a que se parta plaza. En esto solo me gana José Manuel Ambrós, el alburquerqueño. José Manuel y su cámara andan siempre al aguardo del festejo. Mi hija dice que Ambrós está «chalao». «Chalao» como yo, claro está. Llegar con tiempo a la plaza es una de esas chaladuras que me hacen feliz. Creo que a Ambrós, tres cuartos.

Tres cuartos de entrada. Más de uno se ha quedado en casa con la entrada en el bolsillo. Enciendo mi habano, que, por ventura, me lo ha regalo Maxi. Hecho este último que, por supuesto, en nada turba mi limpia opinión sobre su arroz con paloma. Ayer me fumé un puro nicaragüense; bien torcido, de ceniza nívea, de tacto soberbio,... pero que se me atragantó. Estuve a punto de renegar de fumar puros. Hoy, la mareva de Montecristo me ha reconciliado con la vida. Lo de los bitcoins no lo entiendo, pero creo que el cuatro de Montecristo podría convertirse en la divisa universal; comprar y vender en habanos, atesorar habanos, regalar habanos,...

Lo de la paloma me recuerda al Presidente de la Academia Extremeña de Gastronomía, Don Francisco Sauco que, como no puede ser de otra manera, luce por aquí; don Francisco no anda como el resto de los mortales, luce. Ha conseguido mesa y mantel en una casita de madera del paseo; como me lo cuenta se lo cuento. Es lo que tiene la feria de Olivenza, no hay techo para tanta gente.

¿En la plaza? Ciclón de Jerez y ciclón a secas. Los aficionados debaten enconadamente sobre si es pertinente celebrar los festejos en tales circunstancias. Personas cuya opinión tengo por muy acertada afirman que es un despropósito, que esto en nada beneficia a la Fiesta. Por ejemplo, Don Felipe Albarrán Vargas-Zúñiga, que tiene tan bien adornado el nombre como el caletre. Este año, más por una reciente operación de rodilla, que por la lluvia, no está en Olivenza. Van por él estas líneas. En lo de la lluvia creo que tiene razón Don Felipe. Y una vez dicho lo cual, digo también que nada de lo razonable alcanza lo eterno. Razones, normas y conveniencias vienen bien para ser Abogado del Estado. Para ser torero, para ser aficionado, para que te crujan las entrañas, nada más conveniente que atropellar, de vez en cuando, a la razón.

El viernes la atropelló un torero macho que se llama María del Mar Santos. Lo de ser torero macho no depende de lo que se tenga entre las piernas, sino de lo que se tiene en el corazón. Le tocó el novillo más complicado del Freixo y no tuvo un instante de vacilación. Pagó con sangre. Algunos dirán que está verde. Verde o colorada, da igual. Yo voy a una plaza de toros a embargarme de emoción cuando un torero se parte el alma. Sesudos aficionados me echarán en cara estas palabras. Uno de los más cabales taurinos que he tenido el honor de conocer, Don Jesús Reynolds, prefiere el «buen gusto» de los toreros que se parten las muñecas (la izquierda preferentemente). Yo también. También los prefiero, pero cuando se parten el alma, cuando un río de vida interior torea dando la sinrazón a la muerte, me hinco de rodillas. Juan José Padilla por ejemplo; en el que cerraba plaza hoy sábado, ayer para ustedes, le cortó dos orejas a mordiscos a un toro que no las traía de fábrica. Fue también el aguacero. Ya saben, a veces, el diluvio ayuda.

Termino. Balance de daños para el festejo de la tarde: el piso de la plaza encharcado, la almohadilla inservible, el pantalón empapado, el móvil al 45% y el zipo casi sin gasolina. La boina impecable,... ¡con eso basta! Y en el corazón dos averías nuevas, una por Padilla y otra por María del Mar. Nada, me pongo una tirita y vuelvo a la cátedra circular.

Coda. Por favor, recuerden guardarme el secreto de lo de la multa.