Un suceso en Cataluña se siente de cerca en Extremadura porque es esta una comunidad de acogida de emigrantes que parten de la región. Lo fue y lo sigue siendo. Es el caso de Mateo Vázquez Cotaño, de 44 años y natural de la localidad pacense de Bienvenida. Su padre montó el Bar Extremeño en Tarragona y él ha continuado el negocio familiar. «Me traigo los embutidos de Fuente de Cantos», comentaba ayer desde el establecimiento. Su local está dentro del polígono industrial donde se ubica la petroquímica que explotó el pasado martes. «Nos ubicamos a apenas dos kilómetros de distancia, de manera que retumbó todo el bar. Al principio creímos que era una bomba porque fue un estruendo tremendo que hizo que saliéramos a la calle, incluida la clientela. Entonces ya vimos las llamas», relataba. «La verdad es que siempre decíamos: el día que pase algo...».

En un terremoto pensó María Díaz, de 28 años y del municipio cacereño de Talayuela. Lleva en Tarragona desde 2013. Allí encontró trabajo en el sector de la geriatría. «Yo estaba con mi marido viendo la televisión en el sofá de casa y sentí que se movía todo y que se rompían los cristales. Salimos al balcón y vimos que las llamas estaban muy cerca, por lo que creímos que era en un edificio próximo. Entonces subimos a la azotea y ya comprobamos que el fuego estaba en la petroquímica», contaba ayer. «Algunas veces hacen pruebas de seguridad y suenan las alarmas, esta vez no sonó nada, y siempre te queda la duda de por qué no hubo alerta y no sabes qué pensar. Por una parte dicen que no había peligro, que no existía nube tóxica, pero también te planteas que cómo lo pueden saber desde el principio antes de comprobarlo...».

Por Whatsapp, por Twitter...

Dice que la información corrió, principalmente, por las redes sociales. Ella se fue enterando de lo que ocurría a través de Whatsapp y Twitter.

María Díaz vive en el mismo barrio que el vecino fallecido debido al impacto de la cubierta que salió volando y llegó hasta su bloque de pisos. «Todo el mundo está consternado y no se habla de otra cosa».

Ayer en ambos los nervios ya habían desaparecido, aseguraban que las llamas se controlaron en cuestión de horas y que todo volvió a la normalidad después de la advertencia de no salir de casa. Pero los dos coincidían en que este suceso ha puesto sobre la mesa el peligro que supone una instalación de este tipo dentro del núcleo urbano. «Es cierto que muchas familias trabajan en estas industrias, la realidad es que dan de comer a mucha gente, pero por otra parte existe el riesgo de que estén tan cerca de las viviendas. Y es que aquí estamos rodeados de plantas de este tipo. Quizá se debería plantear un perímetro de seguridad o algo similar», expresaba Díaz.

Por su parte, Mateo Vázquez apuntaba: «Es algo de lo que siempre se habla, del peligro, aunque vemos que se hacen pruebas de vez en cuando. Lo cierto es que los primeros minutos fueron de ansiedad porque hay más fábricas alrededor y pensamos que iban a seguir las explosiones y que iba a ser una gran catástrofe».