Algo me ha unido a esta santa casa desde que tengo uso de razón. Quizás porque soy una Catovi, ese palabro acuñado para aquellos que somos decáceresdetodalavida, o porque esta cabecera siempre ha estado sobre la mesa de mi otra santa casa (la original, la de mi familia) cuando aún era solo El Extremadura y mucho antes de que yo decidiera dedicarme a este bendito oficio. Quizás fue asomarme a sus páginas desde muy pequeña lo que me llevó a donde estoy hoy o quizás me asomaba porque ya estaba decidido para mí ese día, hace justo 20 años (me acabo de hacer mayor en cuatro palabras) en el que hice las maletas rumbo a Madrid con la incertidumbre de si volvería algún día. Lo mismo que muchos jóvenes y no tan jóvenes hacen también ahora, pero entonces con alguna oportunidad más. Yo pude volver.

En todo caso, en aquellos años, en pleno boom de la serie de televisión Periodistas, de proliferación de facultades del ramo cual setas, de irrupción del desconocido entorno digital (que se sabía que lo iba a cambiar todo pero no el alcance de sus consecuencias), y con la prensa en papel condenada como víctima de esa revolución en ciernes, la incógnita era si alguna vez pisaríamos una redacción. Lo escuché durante cinco años en la Universidad Complutense: «la mayoría no vais a trabajar nunca como periodistas». Gracias. Pero 20 años después siguen existiendo las redacciones (heridas y mermadas, sí, pero existen y resisten), algunos tenemos la suerte de pisarlas (tenemos la suerte de pisarlas, repito) y el papel convive con el entorno digital y sus ramificaciones posteriores en forma de redes sociales. Que ha cambiado la situación, sí, mucho.

En esta santa casa de

El Periódico Extremadura (y lo digo con sincero cariño porque, después de 12 años, a esta casa y a esta familia la he visto más que a la original) nos ha tocado vivir cambios muy dolorosos. Coexistir con un mundo que toca ya más la pantalla que el papel no ha sido fácil. Sumar años, historias y portadas nos ha acarreado arrugas y cicatrices, pero la vida reparte y 95 años dan para mucho, bueno y malo. Y entre lo bueno nuestro mayor tesoro: su complicidad, querido lector.

95 años después, en EL Extremadura de toda la vida mantenemos nuestra esencia como parte de Cáceres, como testigo y notario de su Historia (con mayúscula) desde aquella primera portada de 1923. Y desde que me asomé a la información a este lado del diario he vivido con el corazón partío entre Cáceres y Extremadura (sin frentismos, eso para otros, que yo soy catovi, extremeña, española, ibérica, europea, ciudadana del mundo y del universo), de lo local a lo regional, de lo urbano a lo rural. Montañas de libretas y horas de grabaciones que pasan de los vecinos de San Blas al galáctico Pedro Duque; de anuncios de autovías a los vaivenes de ese hospital-Escorial que algún día terminará o el AVE que, de momento, velocidad, poca. Pero sobre todo, gracias a este bendito oficio y al periodismo en pequeño me he encontrado con protagonistas anónimos que hacen de lo cotidiano algo excepcional. Gracias a todos ellos. Nos queda mucho por contarles, así que, en la pantalla o en papel, pasen y lean. Al menos otros 95 años. ¡Salud! k