Durante el presente año, se están celebrando diferentes actos con motivo del 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas celebradas en España después de la Guerra Civil, el 15 de junio de 1977. Esta conmemoración se está realizando en forma de jornadas, conferencias o congresos, que tratan de evaluar para la historia la verdadera esencia de la denominada Transición, un tiempo de incertidumbre sobre el futuro de España que aun es pronto par analizar de forma tranquila y serena.

La Transición es una etapa del pasado inmediato, que genera dudas tanto en sus resultados como en su temporalización. Para unos se inicia en los años previos a la muerte de Franco con el debate ‘continuidad o ruptura’, para otros el 18 de noviembre de 1976 con la aprobación de la Ley de Reforma Política por las Cortes franquistas y los hay que opinan que la Transición se inicia desde el mismo día que el rey Juan Carlos I asume la jefatura del estado en 1975, una vez muerto Franco.

Tampoco hay consenso historiográfico sobre quienes hicieron posible el paso de la España de la dictadura a la democrática. Para una parte de la historiografía, parece ser que este cambio lo capitaneo el rey de la mano de aquellos que asumieron la democracia. Otros opinan que la Transición la provocó y la protagonizó la sociedad en general, el pueblo llano en sus justos deseos de cambio, en una España que de tanto guardar las esencias del ‘glorioso’ Movimiento se había quedado fuera de juego con respecto a una Europa de libertades democráticas. El pasado estaba agotado y el futuro era incierto.

Podemos afirmar que hay una mirada oficial sobre la Transición que no coincide con otras visiones que tratan de acercarnos, por diferentes caminos, a la realidad de su tiempo histórico. Este último enfoque ha sido disimulado por los poderes públicos, restándole protagonismo tanto a personas como a sectores de la población que lucharon contra la dictadura y por la libertad, aún a costa de perder vida y hacienda, sin ánimo de esperar premios ni formar parte de élite alguna.

La Transición, como tiempo de cambio, necesitó de todos los que deseaban vivir en un país con valores diferentes a los que regían la vida pública desde 1936. Entre los protagonistas olvidados de la Transición hay que incluir a todos aquellos que lucharon por la modernización de una España añeja en lo económico, casposa en lo político e injusta en lo social. Para algunos, la verdadera Transición la efectuaron los maestros de las escuelas, necesitadas de una renovación pedagógica que educase en libertad, los cantautores que llenaron polideportivos y plazas públicas con su mensaje protestatario, los albañiles que secundaron la huelga de la construcción de Cáceres en 1977 batallando por sus derechos laborales, los periodistas y escritores que deseaban publicar sin censura ni corrección, las gentes de la escena que necesitaban de la libertad de expresión para personalizar sus obras, los vecinos que gritaron en la Plaza Mayor de Cáceres en 1977 contra el último alcalde franquista reivindicando ayuntamientos democráticos ante el Jefe del Estado, los mismos que fueron apaleados por la policía en la plaza de Plasencia, cuando habían ido a conocer al nuevo rey, los que pasaban miedo ante la represión por pertenecer a organizaciones proscritas por el régimen, los homosexuales perseguidos por ser un ‘peligro social’, los estudiantes que a grito pelado demandaban una universidad democrática y moderna y principalmente, los que perdieron su vida a manos de atentados o en cárceles y comisarías, haciendo de su lucha un tributo a la lealtad y el compromiso social. Todos fueron necesarios para trasformar un país que pedía taxatívamente el cambio.

Luego llegaron los políticos profesionales de todo signo, las elecciones, los Pactos de la Moncloa, la Constitución, pero eso es otra historia, otra Transición.