En Aldeanueva del Camino hay una preciosa casa rural llamada la Posada de las Tres Mentiras y en Cáceres hay un barrio que debería llamarse del mismo modo. En él hay una calle de nombre Mira al Río, pero no hay río, una fuente llamada Fuente Concejo, pero no hay manera de ver manar el agua, y un puente al que le decían de San Francisco, pero ya no hay puente, sino un monumento que decorará una rotonda.

Los concejales de la ciudad feliz han vuelto a tener una idea brillante y muchos se han echado a temblar. Convertirán el puente de San Francisco en un decorado de Samuel Bronston y eliminarán las casas pegadas a la muralla.

Total, si las casas guay se anuncian con la cocina alicatada hasta el techo, las ciudades guay también deberán estar alicatadas hasta la muralla.

Carros y carretas

Hace 254 años, un concejal cacereño tuvo la feliz idea de derribar la puerta de Mérida porque obstaculizaba el tráfico. La circulación de carros y carretas siguió como antes de mal, pero la ciudad feliz se quedó para los restos sin una de las puertas emblemáticas de su muralla.

En 1879, un concejal apellidado Becerra tuvo otra idea deslumbrante. Decidió que había que derribar la puerta de Coria para que entrara en verano el aire fresquito de Gredos. Hubo protestas y en Madrid decidieron que la puerta no se podía derribar por ser monumental. Pero ya era tarde.

Cáceres se quedó para siempre sin otra de sus puertas señeras y, que se sepa, la parte antigua, en verano, sigue igual de calurosa que antes, aun con el aire fresquito de Gredos. Las luminarias concejiles no se quedan ahí puesto que en 1791 y 1842, avispados munícipes cacereños se empeñaron en derribar la torre del Bujaco para adelantarse así al progreso levantando casas en su solar y aprovechando sus piedras para levantar la Audiencia y arreglar la plaza Mayor.

En el caso de la torre del Bujaco, el sentido común acabó imponiéndose a las ansias de progreso y adelanto, pero no pasó lo mismo muchos años después cuando concejales de UCD, PSOE o PP se cargaron la casa de las Chicuelas para levantar un edificio de estética astorgana o benaventina, y pretendieron requetemodernizar San Antón completo con el Gran Teatro incluido...

Y tiraron el convento de San Pedro, y eliminaron el empedrado histórico de San Blas, y acabaron con las acequias árabes del camino de Fuente Fría, y estuvieron a punto de demoler el beaterio de San Pablo, y San Vito, y El Refugio...

Ahora, de nuevo, la luz de la sabiduría urbana ha resplandecido ante los grandes timoneles y los resultados están ahí: adiós al puente de San Francisco. Una de las plazas más verdes y con más sabor de la ciudad feliz se convertirá en una rotonda progresista y la muralla, ya sin casuchas que la afeen, quedará alicatada que da gusto. Lo dijo el concejal de la cosa europea, Javier Castellano, con un galicismo elegantísimo: "Esta actuación es una puesta en valor del patrimonio".

Se comprende que quienes pasan por San Francisco a diario esperen que la obra acabe con los problemas de tráfico. Lo mismo esperaban los carreteros del siglo XVIII del derribo de la puerta de Mérida.

También es comprensible que los vecinos de San Marquino estén contentos pensando que su barrio quedará mejor comunicado.

Pero lo cierto es que dentro de 20 años, la ciudad feliz tendrá rondas y circunvalaciones y Mira al Río será una arteria interior sin valor estratégico, pero el puente y la plaza de San Francisco serán un recuerdo fotográfico que decorará nostálgico las paredes de los bares de Cáceres.

Afortunadamente, los cacereños tienen una memoria muy selectiva: en la ciudad feliz nadie se acuerda del concejal Becerra, pero cada vez se añora más la figura conservacionista de Díaz de Bustamante.