Eleuterio Mendoza Moreno, hijo de Rosenda y de Bibiano, nació en Arroyo de la Luz y estudió contable por correspondencia. Se casó con Cesárea Lumbreras en 1918 y tuvieron 6 hijos: Laura, César, Bibiano, Antonio, Terio y María del Pilar.

Uno de los primeros trabajos de Eleuterio fue en una cooperativa. Cuando empezó a tener familia pidió un aumento de sueldo y como no se lo daban se marchó a Badajoz a trabajar en unos almacenes que llevaba Ramallo y que se llamaban Las Tres Campanas. Pero a Eleuterio le tiraba la tierra, así que unos años después volvió a Arroyo para montar su propio negocio, una tienda bastante grande que tenía un poco de todo: ropa, garbanzos y la típica perra gorda de café.

Aunque a Eleuterio le iban bien las cosas, quería prosperar en su negocio, así que en mayo de 1941 decidió trasladarse a Cáceres donde alquiló un local en General Ezponda propiedad de Manuel Rodríguez, que antes había sido un banco y al que Eleuterio puso por nombre Almacenes Mendoza.

La tienda era como El Corte Inglés en chico porque allí encontrabas de todo: ropa, juguetes, colonias, alpargatas, cintas de raso, cintas de seda... En aquellos años de la posguerra se hizo muy famoso en Arroyo Rogelio Grado, que hacía unas pastillas de chocolate que estaban de morirse. Así que Eleuterio decidió ponerlas a la venta a bajo coste en Cáceres y, claro, aquello fue un exitazo porque entonces el chocolate era un producto de lujo. Un día, Eleuterio se enteró de que la hermana de uno de sus dependientes hilaba chaquetas, también las puso a la venta, también fueron un exitazo.

Almacenes Mendoza era una tienda enorme, con sus suelos y mostradores de madera y un taburete altísimo al que algunos empleados tenían que subirse para poder llegar a la caja registradora. El local, en la esquina con Ríos Verdes, ocupaba un lugar privilegiado en aquel General Ezponda que rebosaba de vida y de pujantes negocios: la droguería de Macedo, la farmacia de Arjona, la barbería de Tato, la dulcería con sus bambas de crema, El Pato, El Cisne Negro, la joyería Nevado, la librería Sanguino, la sastrería de Santos, El Rastro, que era una tienda de los Villegas, La Cueva, o el Hotel Castilla, que fue el segundo establecimiento hotelero de Cáceres que obtuvo licencia oficial después del Extremadura.

Los Mendoza comenzaron viviendo en Sergio Sánchez, eran vecinos de los Durán, que eran los de la Sociedad de Autores, y de Nuño Beato, el médico. Luego se trasladaron a Margallo, enfrente del cuartel de la Guardia Civil. Vivían junto a don Basilio Pacheco, que era ciego de la guerra, Higinio Sánchez, Maxi, que era una señora viuda que tenía dos hijas, los Baltar, Juanita Franco, las Macedo, Mari Cerro, Eduardo Castillo, el capitán Cornejo...

Aunque la vida transcurría feliz, a Eleuterio le quedaba un sueño por cumplir: entrar en Pintores, que entonces era el emporio de Cáceres. En 1958 se enteró de que el local que había sido la zapatería de Terrón y que en ese momento llevaba un yerno del propietario no iba bien. El negocio salió a subasta y en el mes de mayo Eleuterio cumplió, al fin, su sueño.

Los negocios de Pintores

Efectivamente Pintores era en 1958 el paraíso que todo comerciante quería pisar. Mendoza estaba justo al lado de El Precio Fijo, donde ahora está Deportes Olimpiada. En la calle se repartían multitud de negocios: El Siglo, Perfumería Terio, Correa, Siro Gay, Juan García, que vendía tejidos, La Muñeca, de Rosendo Caso, que llamaban así porque tenía un maniquí y entonces no era muy corriente tener maniquís en las tiendas de Cáceres; la sastrería Pérez, más conocida como La Petaca porque tenía dentro una réplica de los estuches que se utilizaban para llevar cigarros o tabaco picado, y Almacenes Gozalo que era junto a Mendieta de las más importantes.

Los hijos de Eleuterio se fueron casando. Laura lo hizo con Francisco Díaz, que era el cajero de los sindicatos verticales; César, que estudió perito mercantil, lo hizo con Cristina; Bibiano con Carmen; Antonio con Mercedes, que era de Badajoz; Eleuterio con Loli Rodríguez, y María del Pilar con Manuel Sánchez, aunque en Cáceres muchos lo conocen como Apolinar por ser hijo de Apolinar, el de la célebre droguería de la avenida de Portugal.

Transcurrían los años y Mendoza seguía creciendo a la velocidad del rayo. Abrió tienda en Antonio Hurtado y dos sucursales en la plaza de San Juan de Badajoz. Por todas ellas pasaron muchos dependientes: Rodrigo, Fernando Soler, José María Santillana, Catalina Rodríguez, Francisco Rodrigo, Alberto Rey, que fue árbitro, Angel Mendoza, Montaña López, Mariángeles Díaz, Mari Carmen Cortés, Ramón Cava, Juliana Castela, Rosa Carcedo, Jesús Arroyo, Marcela, que tiene una mercería en Llopis...

Mendoza era la tienda de moda: te ponían los artículos en el mostrador, te despachaban de verdad, cada cliente tenía su dependiente. Las tiendas se fueron modernizando: grandes cristaleras, grandes espejos y los mejores perfumes que ya arrasaban en los 60: Lancome, Elisabeth Arden...

En aquel tiempo los jóvenes frecuentaban el baile de La Rosa cuando del Infantil del Norba ya habías pasado al Mayores de 18 del Coliseum. En el Capitol te subías al gallinero, aquel lugar que te parecía la misma gloria, no importaba si te picaban o no los chinches o si volvías a casa lleno de ronchas tras el estreno de Un rayo de sol de Marisol.

En esos años pisaron Cáceres por primera vez Manuel y Ramón, del Dúo Dinámico, y cuentan que se montó tal revolución en la ciudad que vieron huir despavorida a una señora en ropa interior después de que en mitad del tumulto le hicieran trizas el vestido.

Los dependientes y los hijos de Mendoza empiezan a jubilarse, los nietos toman cada uno su camino y el negocio se traspasa. Pero en la memoria colectiva de la ciudad quedará para siempre aquella tienda de suelos de madera de General Ezponda donde se compraban cintas de seda, cintas de raso y tabletas de chocolate, o esa otra de Pintores donde se vendían las más delicadas esencias y en la que Eleuterio cumplió el gran sueño de su vida: abrir sus almacenes y conquistar el emporio de Cáceres.