Pocos bares han resistido desde los años 60, ni siquiera en una zona tan emblemática como General Ezponda, conocida como Calle de los Vinos y luego Calle de los Bares , cuando la multitud de la movida hacía difícil llegar al local de enfrente y el paso del autobús se convertía en un jolgorio imposible. Pero el bar Amador ni murió de éxito, ni se apagó con el éxodo de los jóvenes, ni siquiera se ha tambaleado con la crisis. Mañana cumplirá 50 años y anoche lo celebró con una fiesta que fue divulgada a los cuatro vientos en su página de fans de Facebook: 'Amador por siempre' .

Manolo Pérez, su propietario, más conocido en Cáceres que muchos alcaldes, sigue tras la barra cada día a sus 62 años, tal y como hacía cuando era un chaval. Es el artífice de buena parte de la decoración del bar, porque no hablamos de un bar cualquiera, se trata de un refugio vintage, casi de un museo retro: carteles de Chaplin, de Marylin, de los hermanos Marx, de Humphrey Bogart, del mejor cine en blanco y negro... También fotografías de grandes músicos como Pink Floyd, The Doors, Queen... En el medio está la radio del abuelo, las antiguas botellas de Coca-Cola y una caja registradora de mediados del pasado siglo.

Pero la joya del Amador es su máquina americana de música, "no debe quedar otra igual", apuesta Manolo, que conserva las mejores canciones de varias décadas (Elvis, The Beatles, Compay Segundo, Bruce Springsteen...). Su pena es haber tenido que pasarlas de vinilo a CD, pero así puede continuar actualizando el repertorio y la música sigue sonando a gloria. Por 50 céntimos el público elige dos canciones entre cientos, y de hecho la máquina constituye el principal reclamo del bar. El propio Manolo se encarga de repararla y de mantenerla. Nadie sabría hacerlo.

Los orígenes

El bar fue abierto por Amador Pérez, su padre, en mayo de 1965. Ya había regentado dos establecimientos en Nidos y Parras. Muy pronto los callos, los morros con tomate y los calamares que preparaba su mujer, Priscila, hicieron del local un referente en el casco viejo, por entonces el auténtico centro neurálgico de Cáceres. Una tarde memorable de feria consiguió reunir 10.000 pesetas (60 euros) a base de poner raciones. Por entonces en Ezponda solo estaban El Pato y el Amador. Desde aquel umbral vio Manolo pasar el Rolls de Franco, pero también la llegada de las primeras chicas de la Universidad Laboral, aquellas que ayudaron a revolucionar y refrescar el ambiente cacereño.

Las facultades comenzaron a tomar forma y los estudiantes transformaron la ciudad. El Amador era un lugar de referencia para ellos. Manolo, que siempre trabajó en el bar junto a algunos de sus hermanos, y que se hizo cargo del local en 1988, abría por la mañana para las cañas y aguantaba hasta que el público enfilaba hacia la Madrila. "Fue una época de muchísima actividad, con Los Toneles, La Furriona, El Roji con sus mejillones, La Bodeguilla o el Gran Mesón, que también abrió mi padre enfrente, y que al principio era una sala de futbolines. Hoy lo tenemos alquilado a otro negocio de hostelería", relata Manolo, recordando las "noches mágicas" de Carnaval y Womad, "que este año ha sido fantástico".

La plaza, añade, ha dado un giro completo. "Los establecimientos se han convertido en restaurantes, no hay ocio para los jóvenes", dice apenado. Pero al Amador nunca faltan y siempre se les recibe con los brazos abiertos. "Son maravillosos, son el futuro", subraya Manolo. Allí encuentran buenas jarras y chupitos, y por supuesto la máquina de discos. No necesitan más.